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Juan David Escobar Valencia
Columnista

Juan David Escobar Valencia

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El dilema de la precisión

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Lewis Mumford, un multidisciplinario sociólogo y filósofo de la tecnología, dijo: “No olvidemos que las mismas demandas de fuego de artillería preciso dieron como resultado la invención de la computadora moderna”. Una de las valiosas vetas de su trabajo es la importancia, para la evolución de los humanos y la tecnología, de la búsqueda de la precisión. Por eso propuso que no fue la máquina de vapor el heraldo de la Revolución Industrial, sino el reloj mecánico, porque este esfuerzo por la exactitud y la confiabilidad la hizo posible.

Fue la necesidad y búsqueda de la precisión, que en grado absoluto es imposible, la que en parte permitió que la civilización avanzara, que las pirámides en Egipto no colapsaran, que pudiéramos construir calendarios medianamente confiables, monitoreando lo más exactamente posible los astros para predecir ciclos y aumentar las probabilidades de éxito en la agricultura. Y cuando se dieron las condiciones para un sistema productivo que replicara masivamente un mismo producto o conjunto articulado de ellos, frutos típicos de la Revolución Industrial y la mecanización, la precisión hizo posible, por ejemplo, que los cañones de artillería fueran confiables si las balas tenían casi exactamente el mismo tamaño y el orificio del cañón fuera milimétricamente uniforme en su trayecto interno. Igual pasó con la evolución de los rifles, que necesitaban que las piezas que trabajan juntas para su funcionamiento pudieran ser reemplazadas por otras fabricadas con tanta precisión que fueran casi exactas a la original.

Sin embargo, puede que para la producción mecanizada de objetos la precisión sea más que necesaria, pero ¿serán los márgenes de error iguales a cero una pretensión útil para otro tipo de construcciones, como las organizaciones, las realidades económicas y hasta las relaciones humanas?

La búsqueda de la perfección reduciendo obsesivamente los márgenes y tolerancias del error puede producir sistemas eficientes y rentables en ciertos períodos de tiempo, pero simultáneamente aumenta la vulnerabilidad, porque volverse perfecto en algo suele ser a costa de lo contrario en otras cosas. Si algo aprendimos en esta pandemia es que el “justo a tiempo” es genial mientras la realidad es irreal, al suponerla perfecta. Si algo sabemos, aunque algunos no pueden o no quieren aceptarlo, es que el comunismo es un modelo económico estúpido y peligroso al presumir soberbiamente que pueden diseñarse y preverse con exactitud los deseos y necesidades de los actores económicos, planificando milimétricamente la economía y a los humanos. Por eso terminan regulando los precios para ocultar sus errores, pero no el mal que crean.

La naturaleza lleva millones de años comprobando que la viabilidad y el éxito en el tiempo de todo sistema descansa en parte en que haya margen para pequeñas imperfecciones y resultados no previstos.

¿En sus inversiones, ejercicios de planeación y presupuestos se atreverían a fijar holguras o un margen de error? O les parece una mediocridad. En sus relaciones personales, ¿qué cree que le pasaría si todos esperan de usted la perfección? 

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