En plenas estribaciones de la Cordillera Central, a 2760 metros sobre el nivel del mar, donde el clima es frío y los días son largos y silenciosos porque solo se agitan cuando ladran los perros o las vacas mugen buscando a sus becerros, un joven escucha el dulce trinar de las mirlas; esto sucede a muy tempranas horas, cuando él se dedica a las labores de la ganadería e inicia su faena cotidiana en medio de las praderas y el bosque, acompañado del paisaje arrobador. Inmediatamente, hace un elocuente audio con esas melodías y me lo manda con esta nota primorosa: “El canto de las mirlas, dando gracias por un nuevo amanecer”.
El concierto es tan bello que, muy emocionado, tomo mi teléfono y le envío un mensaje con estas palabras: preciosa la melodía,...