Un tío a quien admiro, una persona que se dedicó a la ciencia, específicamente a la química, la física y la filosofía, tiene una frase que siempre me hace reflexionar y que uso cuando algo me reta: “las ingenierías nos dicen cómo hacer las cosas, pero la física y la filosofía nos ayudan a preguntarnos por qué hacerlas”. Su preocupación siempre fue formar mejores ingenieros e insistía en la combinación con las humanidades para alcanzar profesionales íntegros, capaces de cuestionarse por el verdadero sentido de las cosas y de buscar avances para la humanidad. A su manera, mi tío criticaba en cierta medida la computación y pérdida de consciencia que si bien podían ayudarnos a resolver problemas complejos, también nos ponían en un límite la consciencia.
Hoy en día vemos cómo la tecnología avanza y cada vez se convierte más en una caja negra que se sofistica y la humanidad como autómata la sigue gracias a los irrechazables beneficios que percibimos a diario. A decir verdad, he sido una persona prodesarrollo, sin dejar por ello de entender los grandes riegos que el manejo de tecnologías, cada vez más avanzadas, implican para todos. Si décadas atrás la televisión y la radio incidían en los comportamientos de la gente, la realidad es que estamos enfrentados a un mundo de inteligencia artificial en el que, como dice Harari: “la piel es la frontera”.
Hoy estamos expuestos a una manipulación rampante. Vivimos en “el mundo feliz”, en el cual la inteligencia artificial se alimenta con nuestros datos, comportamientos, sentimientos, desempeño de nuestros órganos vitales y, lo más complicado, con ellos termina por mapearnos y manipularnos. ¿Cuántas de las decisiones que tomamos son fruto del llamado libre albedrío? Muy pocas, en realidad. Cada vez con mayor fuerza nuestras sensaciones serán monitoreadas, suena terrorífico, pero estamos presenciando una transición donde la humanidad entrega billones de datos a la inteligencia artificial y detrás de ellos pueden estar los gobiernos y las grandes corporaciones creando mundos irreales, que alienan con base en un bienestar programado, plagado de emociones preconcebidas, todo orquestado por unos pocos que de esta manera parecen haber encontrado la llave para controlarnos a su antojo.
En este sentido, también Harari manifiesta: “la inteligencia artificial nos conocerá más que nosotros a sí mismos”. No quiero ser pesimista, pero sí creo que nos tenemos que cuestionar sobre el futuro de los datos, quién los controla y quién controla a quienes tienen nuestros datos. Quién tomará las decisiones: un algoritmo o nosotros con mayor consciencia. Esto hace parte de las verdaderas discusiones sobre el futuro de la humanidad.
Definitivamente, necesitamos una amalgama entre las ingenierías y las humanidades que nos ayuden a encontrar el mejor camino, necesitamos más consciencia humana frente al presente y futuro; tal vez nos ayude a retomar nuestro libre albedrío