Amable lector: Tal vez no sobra exponer algunas reflexiones con ocasión del león (Júpiter) que murió en la ciudad de Cali. Hace pocas semanas la tv mostró un cuadro desgarrador de un león que era casi un cadáver. Por varios años permaneció en el Valle del Cauca. Por razones que ignoro fue a parar al departamento de Córdoba. De allí regresó gracias a la ayuda de almas caritativas para pasar los últimos días en su compañía.
No es necesario describir un león, basta decir que con razón es llamado el rey de la selva. Su figura es imponente y hermosa, el pelaje de color amarillo trigo, adornado con una abundante melena, las mandíbulas con enormes y afilados colmillos y sus extremidades inferiores de gran agilidad y fortaleza.
Quienes conocen la selva africana son testigos de que el león es el rey del mundo animal. Todos lo respetan, le temen y lo admiran. Él es el amo. Sin embargo, nunca molesta a las especies menores. Tampoco hace daño a los demás, salvo para conseguir el alimento que requiere.
Al observar el grado de postración de ese ejemplar que había perdido más de la mitad de su peso, que se movía con dificultad, los ojos sin brillo y la expresión de profunda tristeza, es difícil que los seres humanos no se conmuevan ante tan deplorable cuadro. Y saber que cientos de secuestrados por la Farc, que vivieron una situación igual o peor que esta, a pesar de ello, ninguno de sus miembros manifestó arrepentimiento por la crueldad de sus actos.
El sacerdote De Roux en lugar de estar escudriñando sobre lo que pasó durante las últimas cinco décadas, haría menos daño en averiguar quiénes fueron los responsables de haber propiciado tanto sufrimiento al pobre felino.
Al contemplar al amo de la selva convertido en una piltrafa, se me antoja pensar que este cuadro parece una réplica de nuestra justicia. No solo la que nos legó Santander sino también la JEP que es la ignominiosa herencia que recibimos de Juan Manuel Santos. Alguna vez dijo: Yo hago lo que me dé la gana.
La justicia del hombre de las leyes avanza más lenta que el paso de una tortuga y la JEP en cambio camina de prisa. Sus fallos que han exonerado de toda responsabilidad a criminales que hicieron daño a seres inocentes o destruyeron bienes al servicio de la comunidad causan indignación. La impunidad es el mayor estímulo para aplicar la justicia por mano propia.
El león murió por culpa de los humanos y la majestad de la justicia agoniza porque desde hace tiempo cambió los principios éticos y morales por baratijas, o porque sueñan con un mundo mejor después de destruir el actual.
El Estado con frecuencia olvida que tiene garras y colmillos como el león, y que más de una vez debe usarlos para proteger a la mayoría que trabaja para conseguir un mundo mejor.
Ojalá que el presidente y sus asesores no se excedan con el apretón del coronavirus.