Aunque nací en Medellín, crecí en Manizales. Mi papá era de esta ciudad cafetera y mi mamá, antioqueña. Pasé mi infancia y adolescencia en la capital caldense y siempre estuve vinculado con Medellín, en donde se encuentra la familia materna. Durante años viajamos con frecuencia a esta ciudad para visitar al abuelo, atender las primeras comuniones de los primos y pasar la Navidad y el fin de año con los tíos.
Cada vez que veníamos a Medellín, presenciábamos el avance de la ciudad; nuevas vías, parques, la construcción del Metro, entre tantos otros desarrollos. La dinámica de la capital antioqueña, después de la violencia de los años 80 y 90, se sentía con fuerza y marcaba una ruta de desarrollo para Colombia. En su muy buen libro “La mujer de los sueños rotos”, María Cristina Restrepo describe con lucidez este renacer de la ciudad después de los golpes del narcotráfico. Recuerdo las palabras de admiración de mi papá, cuando hablaba del “empresariado antioqueño” y sobre la importancia de su participación en el progreso de la ciudad, más allá de lo estrictamente económico.
Así, crecí viendo el progreso de Medellín, viviendo su dinámica social y sintiendo un cambio que se reflejaba en mejores condiciones de vida para sus habitantes. De esa vivencia, que me ha marcado, tengo la convicción de la importancia del involucramiento de los empresarios en las decisiones que se toman por fuera de las juntas directivas e impactan a las personas en sus entornos. También, de la confianza que emana cuando el conocimiento y visión a largo plazo de quienes tienen experiencia en la gerencia de empresas exitosas se ponen al servicio de la sociedad.
Recientemente mencionaron en una conversación como un hecho positivo el aumento de la inversión extranjera durante este año con la adquisición de empresas nacionales. Ante esto respondí que, más allá de la importancia de estas inversiones,el sentido de pertenencia de las empresas por su sociedad y la participación y aportes en las discusiones sobre el desarrollo local son contribuciones poderosas que deben preservarse y fomentarse.
Tener empresas activas e involucradas en el devenir social es un activo valioso y marca una diferencia con lugares en donde existen organizaciones privadas que limitan su actividad a la generación de negocios. Y si bien esto último es legítimo y, por supuesto, tiene efectos importantes en cuanto a generación de empleos y tributación, contar con empresas que de manera sostenible se empeñan en trascender el aspecto financiero e involucrarse en el crecimiento social es un asunto para valorar y cuidar