Por Daniel González Monery
Universidad del Atlántico
Lic.en Ciencias Sociales (8 semestre)
moneri11@hotmail.com
La imagen terrible de la rodilla del oficial de policía Derek Chauvin presionando sobre el cuello del afroamericano George Floyd hasta asfixiarlo, levantó a miles de manifestantes en cincuenta ciudades de Estados Unidos para reclamar justicia racial. “No puedo respirar”, fueron las últimas palabras de Floyd cuando aquella máquina para matar, que es el oficial, apretaba su rodilla ante las miradas cómplices de sus compañeros.
Esta vez fue George, pero la historia nos sugiere que siempre habrá una próxima vez. Los afroamericanos son víctimas regulares de una violencia policial, no provocada e imperdonable, por lo cual sería de ceguera voluntaria pensar que un patrón tan arraigado cesará de repente, cuando ni siquiera la muerte de Martin Luther King logró erradicar el racismo ni la discriminación en el mundo “civilizado”.
Las protestas y la rabia que han estallado en los Estados Unidos han levantado un movimiento antirracial a nivel mundial, no solo porque un policía “blanco”, a sangre fría, mató a Floyd al arrodillarse sobre su cuello, sino también porque ese fue solo uno de los muchos, y frecuentes, episodios deshumanizantes de quienes todavía se creen el cuento viejo de la “supremacía”. Su muerte, es un recordatorio de la suposición cotidiana que se les impone a tantos afroamericanos: que sus vidas son baratas y que pueden ser extinguidas en cualquier momento.
En Colombia, criticamos con facilidad lo que sucede lejos, pero olvidamos mirar la viga en nuestro ojo. El caso de Anderson Arboleda, un joven de Puerto Tejada que murió a consecuencia de los golpes recibidos por la policía el pasado 23 de mayo, es el ejemplo más reciente de que siempre son, erróneamente, relacionados con el crimen y la violencia. Al igual que en los Estados Unidos, la discriminación racial es una realidad cotidiana dolorosa para más de seis y medio millones de colombianos indígenas y afrodescendientes.
La Constitución de 1991 dio pasos importantes hacia el reconocimiento de los derechos de las minorías en Colombia, pero los cambios que se necesitan con urgencia no son solo legales. Se trata de concepciones mentales, culturales. Empezando por reconocer, individual y colectivamente, que los prejuicios subsisten y que siguen moldeando nuestras actitudes, visiones y aproximaciones frente a las minorías en nuestro país.
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