No sé por qué hablan tanto quienes tienen alguna representatividad política. Tal vez la verborrea sea mal que viene junto con la burocracia; quizás, más bien, sea la desfachatez y la ignorancia las que la acompañan. Lo cierto es que la locuacidad se ha convertido en uno de los más insoportables defectos de la idiosincrasia cortesana y áulica del mundillo de la política.
No criticamos el arte del buen hablar, de la conversación, de la charla. Ni siquiera la simpática garrulería callejera que a toda hora se derrama entre nuestras gentes. Lo que nos choca es la sabihondez con que se bombardea sin ninguna compasión a la opinión pública. Detrás de esas palabras fofas se ocultan los genios malos (también los “malgenios”) de la discordia y los intereses...