Son los que caminan para atrás. A media noche, en Ciudad Kennedy, Bogotá. Al principio eran dos señoras. Luego se sumaron cuarenta hombres y mujeres casi todos jóvenes, vestidos de negro, formados con cierto rigor. Pican la intriga de los vecinos, pueblan de misterio la noche.
Un periodista con cámara de video acerca su micrófono a varios de ellos. Intenta dar alguna luz sobre esta tropa lunática. Ninguno habla. Los mirones sí, dicen que tal vez es una secta satánica. Los caminadores en reversa suben un poco el volumen y recitan cuatro palabras: “queremos devolver el tiempo”.
Así uno y otro, como una letanía. Ensimismados, el mensaje es su presencia. El reportero puja. Nada: sigilo y rezo. En el barrio dicen que en algún momento se dispersan y se pierden en la semipenumbra.
¡Devolver el tiempo! ¿Qué tiene esto de satánico? La gente se apresura a ver rastros del maligno, guiada por lugares comunes: la alta noche, el atuendo negro, el aspecto ceremonial. Micrófono y lente captan la superficie, lo evidente. El entrevistador interroga sin antes haberse interrogado a sí mismo.
De haberlo hecho, de haberse asesorado, se habría preguntado por la palabra tiempo. Hasta no hace mucho no se discutía sobre el tiempo. Estaban el pasado, el presente y el futuro. Los tres marchando en fila india, sin sobrepasarse entre sí. Hoy los científicos de la física han descubierto asombros.
La teoría de la relatividad y, más aún, la mecánica cuántica han comprobado el paralelismo y simultaneidad de los fenómenos en el mundo subatómico. El pasado está contenido en el presente, el futuro es una serie de posibilidades comandadas por el azar.
El modelo son los sueños, “la realidad onírica en donde todo ocurre sin que suceda nada y puedo empezar de cero cada vez [...], donde está permitido regresar en el tiempo cuantas veces quiera. Se trata de un mundo elástico y versátil, en donde el principio de causalidad no rige y el principio de no-contradicción no aplica”, escribe el filósofo colombiano Julián Serna Arango.
Habría que escarbar más en estos recorridos de onda y partícula, para llegar a las innombradas intenciones de los caminantes en contravía. Ayudaría también un aforismo del autor citado: “en el beso el espacio se contrae y el tiempo se dilata”