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Llevamos un tiempo lamentándonos de lo materialista que se ha vuelto la sociedad, que lo único que importa es el dinero y que por dinero cualquiera es capaz de cualquier cosa. Sin embargo, de lo que no nos damos cuenta es de que de todos somos parte de esa sociedad.
Desde luego que no hay nada de malo en querer tener un nivel de ingresos que nos permita vivir con comodidad y decoro. Pero también no podemos olvidarnos que el dinero puede traer tantas calamidades como comodidades. Hay familias que se odian por el dinero; hay personas que se matan por el dinero; hay parejas que se destrozan y destrozan a los hijos por el dinero; hay negocios ilícitos que prosperan por el dinero... Lo cierto es que, en la sociedad de consumo, el dinero es indispensable para ser personas con una apariencia que nos haga dignos de recibir un trato decente. Lo cierto es que valorar a las personas por lo que tienen es tan absurdo como comprar un caballo con base en los aperos que lleva puestos.
Lo más preocupante es la enseñanza que todo esto les está dejando a los niños. Además de que los medios los han convencido de que tener más es ser mejor y que, tanto la felicidad como la posición social se compran con dinero, los padres hemos caído en la trampa de creer que debemos darles todo lo que los hijos pidan para no se queden atrás de sus amigos.
El problema no es el dinero sino el valor supremo que le hemos dado en la sociedad de consumo. Contribuiremos a iniciar un cambio importante si hacemos que nuestra familia, nuestro trabajo y nuestras amistades giren alrededor de valores éticos que incluyan los principios básicos de justicia, honestidad, bondad y amor al prójimo. Recordemos que lo que es realmente valioso para los seres humanos, como es una familia amorosa, una fe sólida y una vida plena y armoniosa, no se compran con dinero, sino que se construyen alrededor de las virtudes que inculquemos en nuestros hijos.
