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En poco más de una década y media de vida Twitter transformó la política mundial. La plataforma fue fundamental para el ascenso de Barack Obama como figura demócrata y presidente y también fue clave, ocho años después, en el triunfo de su antítesis, el republicano Donald Trump. Fue decisiva en la configuración de la primavera árabe y al mismo tiempo sirvió como espacio de monitoreo a esos dictadores que evitaban caer a toda costa. Es, para muchos funcionarios públicos, sean en El Salvador o en Medellín, el vínculo sin intermediarios con la ciudadanía y el lugar para una nueva forma y un nuevo fondo político. Desde el 2006 Twitter amplió los debates existentes y, paradójicamente, a pesar del amplio abanico informativo, radicalizó algunos sectores de la izquierda y la derecha que solo se nutren de sus propias ideas. En un periodo corto la trama que entrelaza el microblogueo se convirtió en la palestra de las discusiones sociales - políticas, culturales y económicas - más diversas y también, en un trampolín inmenso de los discursos de odio. Ahora, todo esto está por aumentar exponencialmente. Muy posiblemente para mal.
La muy comentada compra de la empresa por parte del multimillonario Elon Musk tendrá unas consecuencias geopolíticas contundentes. La visión del nuevo dueño, expresada bajo el ideal de lograr una apertura sin cortapisa, parece favorecer en un primer momento la proliferación de noticias falsas, de las cuales el propio Musk ha sido impulsor en ocasiones. Su jugueteo como tuitero estrella resulta hoy, más que un divertimento, una amenaza de inestabilidad desde un espacio poderoso e influyente. Al vaivén de la ambivalencia de su dueño, Twitter nos plantea un futuro ligado estrictamente a la visión de un solo sujeto. Conocido por sus impulsos volubles, el nuevo jefe no se limitará a los consejos de la junta cuando esta pretenda atarlo. Él quiere, y lo ha dicho públicamente, hacer un revolcón de la red que permita a la “civilización tener una plaza común digital”. Insiste en que no hace nada de esto por dinero, pero mientras tanto, y en una muestra de radicalismo, despidió a la mitad de la plantilla de trabajadores de la empresa. Un masivo recorte de implicaciones aún desconocidas.
Hace un par de meses el multimillonario prometió que, cuando fuera dueño de la red, procuraría una total libertad de expresión. Ahora, al mando, asegura que será necesario cierto límite. Sin embargo, conocido su desprecio por las normas, ¿cómo moldeará la personalidad de Elon Musk al nuevo Twitter? ¿Hasta dónde llegarán los discursos mentirosos y de rencor que ya proliferan en la web?
Musk tiene unte sí una responsabilidad gigantesca. Desde el pasado 28 de octubre cuando se cerró la transacción es, además del hombre más rico, uno de los más poderosos del mundo. No es exagerado decir que una buena porción de la vida política del planeta se moverá al ritmo de sus caprichos. .
