Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo, leí alguna vez, no recuerdo dónde, creo que era en una historia militar; da igual la fuente, el conocimiento es conocimiento sin importar de dónde provenga.
Nada de lo que imaginamos sucede como queremos, la vida es naturalmente inesperada y a cada instante emergen situaciones: salimos de casa para llegar al trabajo o a la cita y debemos cambiar más de una vez la ruta porque la congestión nos roba el tiempo y la paciencia.
En la noche nos acostamos a dormir saludables y con la certeza de que despertaremos igual, pasan las horas y al abrir los ojos, de la nada, sentimos un dolor punzante en la garganta, la nariz congestionada, los ojos llorosos o la cabeza más grande y un cerebro adolorido que rebota contra las paredes del cráneo. El día no empezó como suponíamos, poco más nos queda que aceptarlo y adaptarnos.
Los ejemplos pueden ser miles, pero la respuesta a la situación es una: la vida emerge, lo hace perpetuamente. Es como si se reinventara a cada milisegundo, como si de un GPS se tratara y se la pasara “recalculando”. ¿Qué pasa con nosotros, entonces, cuando eso sucede? Existen dos caminos.
El primero es el de la visión de túnel, el de seguir el camino empecinado en que los resultados son los esperados, enfocados en solo ver las pistas que nos “convienen” y nos llevan a comprobar lo que esperábamos, forzamos la vida, nos apegamos y sufrimos la salida, el camino y la llegada.
El segundo es más contemplativo, tal vez más sosegado. Se trata de observar el resultado de nuestras acciones, y también lo que las modifica, darse la oportunidad de ver otros caminos, de agarrarse a esa piedra que la caída de otra dejó libre, dar curvas, avanzar, a veces retroceder, pero siempre darse la libertad de cambiar el plan sin perder el rumbo.
No nos educaron así, o tal vez entendimos mal la enseñanza de “luche por eso que quiere”: se vale hacerlo, pero no existe una sola manera. Aferrarse a las prácticas de siempre difícilmente traerá nuevos resultados positivos.
Se nos olvida que solo tenemos dos manos y que si las tenemos ocupadas no podemos agarrar lo nuevo. Se nos olvida que si las dejamos siempre rígidas terminarán por romperse; dice la biología que lo que no se mueve muere. Se acerca el final del año y puede ser la oportunidad de soltar, de dejar ir, de descansar, así sea para volver a agarrar con más fuerza.
Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo y tal vez tampoco al roce con el amigo, los segundos de la vida emergen, los minutos pasan, los sueños de hoy no serán los de mañana y los amores solo son eternos mientras duran. De nosotros depende flotar, seguir la corriente y no naufragar en las aguas de un presente que, en contra de la fuerza de la gravedad, siempre emerge.
* Pido disculpas a Rafi Maldonado, coreógrafo puertorriqueño, porque la semana anterior equivoqué su nombre como autor de la pieza de ballet sobre Gabo.
** Esta columna se ausentará dos semanas