Las ganas de campo siempre han sido una constante en la vida de quienes habitamos las urbes, mucho más en este último año debido a las restricciones de movimiento que todos conocemos. Esa necesidad de verde, de espacio, de ritmos lentos y aire más limpio se ha constituido en un anhelo común que cada quien trata de satisfacer de acuerdo con sus posibilidades. Ahora bien, cuando lo conseguimos, ¿en qué nos convertimos? ¿En invasores del mundo rural o en respetuosos partícipes del transcurrir de la Naturaleza?
La pregunta surge a raíz de una curiosa noticia que apareció recientemente en los medios de información sobre una ley que ha emitido el parlamento francés para proteger los ruidos y olores del campo declarándolos Patrimonio Sensorial. Es...