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Gracias a este caos, veremos en los próximos días a niños usados para pedir regalos en los semáforos. Ciudadanos preocupados entregando regalos para sentirse que son buenos y reforzar su ego, comunicando su obra de caridad en las redes sociales.
Por Juan Carlos Manrique - jcmanriq@gmail.com
Comienzo diciendo que me fascina la navidad. Sobre todo, si es la época en la cual, ojalá, todos nos acerquemos a nuestros seres queridos, para dar gracias, para darnos un abrazo espichado, para volver a nacer. Para dar a los que más lo necesitan. Para desear que lo mejor esté por llegar.
Dicen los historiadores que la navidad, en un principio fue una fiesta no cristiana. Entre el 17 y el 23 de diciembre se celebraban las Saturnales, una festividad en honor a Saturno, dios de la agricultura. Bajo el imperio romano y con el fin de ‘convertir’ a los romanos, el papa Julio I fijó la solemnidad de la navidad el 25 de diciembre.
Pasaron los años, y la navidad se transformó en un salpicón inconsistente. Una amalgama desordenada de culturas y tradiciones. Se perdió la esencia, entre árboles de navidad, coronas de adviento, pesebres, regalos del niño Dios o de Papá Noel o de Santa Claus o de San Nicolás o de los reyes magos.
Se creó alrededor de esta época tan especial para muchos, un factor muy perturbador: los regalos materiales. Si algo le faltaba al mundo, era crear en muchas latitudes, una época para exacerbar las desigualdades, especialmente en los niños. “Mamá, ¿dónde están los juguetes? Mamá, el Niño no los trajo”. Este triste villancico refleja el caos que creamos. Una explosión no controlada.
Gracias a este caos, veremos en los próximos días a niños usados para pedir regalos en los semáforos. Ciudadanos preocupados entregando regalos para sentirse que son buenos y reforzar su ego, comunicando su obra de caridad en las redes sociales. Observaremos una euforia desmedida de regalos materiales, las grandes comilonas y los ríos de trago. En paralelo muchos padres que no tienen la capacidad económica de subirse a este circo lo pasarán muy mal. Sus hijos también. La mayor contradicción de la navidad. La desilusión. En la vida la desilusión tiene el tamaño de la expectativa.
No significa lo anterior, crear un sentimiento de culpa. Para nada. Es más bien una invitación a recobrar la esencia del espíritu navideño: volver a nacer. Volver a nacer nos debería llevar a romper con tradiciones que no aportan. Ya lo hemos logrado en el pasado. Rompimos la tradición de talar árboles y dañar el medio ambiente para satisfacer inocuas tradiciones. Estamos rompiendo la tradición del uso de la pólvora y sus nefastos accidentes.
Entonces, ojalá, más temprano que tarde, rompamos la tradición de darnos regalos materiales, en honor al Grinch. Ese duende de ficción creado por Theodor Seuss, que representa una parodia al consumismo y al egoísmo. Lo que pasa, es que como suele suceder con las malas narrativas, el término “Grinch” hoy se asocia con ser amargado y negativo.
No puedo terminar sin confesar, que en esta navidad nuevamente daré y recibiré regalos materiales. Aunque cada vez son menos, espero que muy pronto nos pongamos de acuerdo en mi núcleo más cercano para no darnos regalos materiales y que, si apoyamos a alguien, sea lo más anónimo posible. Que lo mejor esté por llegar para cada uno de ustedes.