Querido Gabriel,
“Desde que hago parte de esta empresa me mandan tantos libros de regalo que me tocó organizar un estante en la casa. Al principio no los leía, hasta que un día cogí uno y ahora no quiero parar”, decía alegremente un compañero hace unos días. “Mi hija empezó a leer cuando me vio a mí leyendo los libros de nuestras tertulias”, comentaba alguien más. “¡Tengo una idea para nuestra lista de libros del año entrante!”, proponía una entusiasta colega. ¿No tienes un cariño profundo por las empresas que leen, no te sientes acompañado, miembro de una comunidad invisible, cuando descubres una de ellas? ¿Conversamos sobre las organizaciones que promueven la lectura y tertulian sobre lo que leen?
Una empresa puede convertirse en una organización promotora de lectura cuando se lo propone. Si las organizaciones inculcan, por medio de su cultura organizacional, ciertas maneras de hablar y pensar, ¿qué tal que ahora nos cuiden la mente y el espíritu promoviendo la lectura y las tertulias? ¿Qué tal si invierten en bibliotecas para sus sedes y en regalar libros a empleados, proveedores y clientes? De pronto, quién quita, alguien termine leyéndolos. Los promotores de lectura, una de las profesiones más bellas del mundo, nos enseñan que una de las claves para que los niños y los adultos leamos más, es rodearnos de libros.
Las organizaciones deben leer mucho si quieren sobrevivir en un mundo que cambia rápido y produce conocimiento como nunca en la historia de la humanidad. Por algo el líder empresarial típico en las economías más innovadoras lee más de 60 libros al año. Recuerdo haber leído a Bill Gates, en su libro “Camino al futuro” (2000), dirigiéndose a los en ese entonces injustamente vapuleados nerds —esas personas devotas por el conocimiento y con una curiosidad insaciable—, de seguro por ser él uno de sus mejores representantes: “Trate bien a los nerds en el colegio porque en la era de la economía del conocimiento muy posiblemente serán sus jefes”.
Luego viene la pregunta de qué y cómo leer. Ahí habrá, seguramente, polémicas, pero te quiero compartir mi opinión. Por disfrute y también por necesidad, sugeriría un catálogo amplio. Espiritualidad y sicología para acercarnos a lo que significa ser humanos; historia, filosofía y clásicos para comprender el mundo; ciencia y técnica para contribuir a crearlo; economía y política para ayudar a moldearlo; ficciones para imaginarlo y contarlo mejor; poesía para ponerle emoción, color y música. Además, como se busca aprendizaje y este requiere placer, es clave escoger muy bien. ¿Qué tal un proceso participativo para definir las lecturas, una buena curaduría y el necesario respeto al derecho de abandonar el libro que no nos satisface o conecta?
No podemos olvidar las tertulias librescas. “Leer nunca ha sido una actividad solitaria, ni siquiera cuando la practicamos sin compañía en la intimidad de nuestro hogar”, escribió Irene Vallejo en su “Manifiesto por la lectura”. Los libros se disfrutan doblemente al ser compartidos y a veces se comprenden mejor solo al cabo de un intercambio abierto de impresiones, entendimientos y críticas. Los encuentros alrededor de la hoguera simbólica de un buen libro son magia de conexión, educan en la empatía y son espacios para soñar juntos lo que luego crearemos. Provoquemos la tertulia leyendo el “Manifiesto” de Irene —¿qué tal uno similar para las empresas y organizaciones lectoras?—, un texto corto y hermoso que nos enseña que “Somos seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces [...]. Por eso, la lectura seguirá cuidándonos si cuidamos de ella. No puede desaparecer lo que nos salva”
* Director de Comfama.