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Sara Jaramillo Klinkert
Columnista

Sara Jaramillo Klinkert

Publicado

Esas señoras

Esas señoras que siguen sorprendiéndose cuando alguien menor las trata de señoras. Se miran al espejo como tratando de descifrar qué les está otorgando el estatus señorial y maquinan estrategias para sacárselo de encima. Son las mismas que piensan que todas las demás señoras son mayores que ellas. Alguna vez pensaron que la vida adulta iba a ser más fácil y que aprenderían a tomar decisiones acertadas. ¡Qué equivocadas estaban! Esas señoras que no pueden dormir si no han dejado los platos lavados y la cocina impecable. Todo lo solucionan con bicarbonato y vinagre. Antes de acostarse siguen buscando monstruos bajo la cama. Apagan, sin falta, las luces para que la cuenta no llegue muy alta. A menudo acusan a la juventud de andar por la senda equivocada mientras toman aire, miran al cielo y dicen: “Qué no nos irá a tocar en este mundo”.

Esas señoras que llenan sus vacíos emocionales comprando cada vez más plantas. Gastan tiempo que no tienen sacándolas al sol y a la lluvia porque el triple quince parece no ser suficiente. Puede que tengan hijos, perros, peces o gatos debido a la obligación, a veces aprendida, a veces heredada, de maternar o de asumir el rol de cuidadoras que les legaron sin preguntarles. Miran sin falta la luna antes de podar las orquídeas y de cortarse el pelo y las uñas. Desprecian el horóscopo, pero lo leen de reojo en la fila del supermercado. Se precian de tener siempre la razón y si consultan opiniones de terceros, es solo para corroborar aquello que ya han decidido. Esas señoras para quienes los parqueaderos se hacen cada vez más pequeños y los demás conductores andan cada vez más rápido en nombre de un afán que ellas ya no se gastan. Les ponen banano a los pájaros del balcón, se preocupan por el calentamiento global, el uso de pesticidas y la sequía ocasionada por el monocultivo de aguacate; aún así, jamás almorzarían sin antes ir a la esquina por uno bien maduro. Recogen botellas plásticas cada vez que pisan una playa, regañan a quien arroja basura a la calle y reciclan con gran meticulosidad, aunque después se enfurezcan cuando el carro de basura mezcla en un segundo lo que ellas separaron con juicio durante toda la semana. Esas señoras que ya no ven televisión porque “la televisión de aquí es muy mala”. Las que comen liviano por la noche para no acostarse muy pesadas. Las que compran sillas ergonómicas y almohadas especiales para que no les duela el cuello y la espalda. Las que van al quiropráctico y toman calcio y magnesio todos los días. Las que hablan con el gato y regañan a los anturios cuando dejan de florecer. Las que se quejan de que los vecinos no dejan dormir porque ponen la música muy duro. Las que ya no soportan a los borrachos ni a los sabelotodos ni a los hombres que pretenden enseñarles cómo hacer las cosas, cuando lo único que consiguen es enseñarles a no ser como ellos. Justo hoy, que estoy cumpliendo 43 años, puedo asegurarles que esas señoras, todas esas señoras juntas, ya son yo 

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