Para los escoceses de mi generación, milenials y más jóvenes, la creencia de que Escocia estaría mejor manejando sus propios asuntos, libre de las estrictas normas de Westminster, es casi axiomática. Desde la guerra de Irak hasta el Brexit, el desplome financiero hasta la austeridad, Gran Bretaña se siente atrapada en un espiral de crisis y decadencia. Según un análisis en septiembre de encuestas recientes, más del 70 % de los escoceses menores de 35 años creen que Escocia debería abandonar el Reino Unido. Y el abrasivo primer ministro de derecha Boris Johnson, cada vez más envuelto en acusaciones de amiguismo y sordidez, solo ha fortalecido esa opinión.
En el otro extremo del espectro, las clases más antiguas de Escocia, propietarias de activos, siguen oponiéndose firmemente a una ruptura política y la inestabilidad económica que podría implicar.
La semana antepasada, los escoceses votaron para elegir a los miembros de su parlamento. A lo largo de la campaña, las encuestas fueron sorprendentemente consistentes: todos los indicios apuntaban a una mayoría independentista sostenida exclusivamente por el separatista Partido Nacional Escocés (SNP) de la primera ministra Nicola Sturgeon o por su aliado, los verdes escoceses de izquierda.
El manifiesto del SNP es claro sobre la celebración de otro referéndum sobre la independencia de Escocia tan pronto como la “crisis de Covid termine”, y se ha sugerido que sea a finales de 2023. Y si los escoceses han votado por una mayoría independentista, eso podría parecer un respaldo a ese plan.
Pero la realidad es más complicada.
El SNP ha sido el partido más grande en el Parlamento escocés desde 2007, y durante al menos 15 años, la independencia ha sido una obsesión central de la vida nacional escocesa. En 2014, se celebró el primer referéndum de independencia y los escoceses eligieron por un estrecho margen seguir siendo parte de Gran Bretaña. Pero en 2016, votaron en gran número contra la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Después del Brexit, el caos causado a las pequeñas empresas exportadoras y las escenas de comida pudriéndose en puertos comerciales europeos clave han enturbiado aún más la relación de Escocia con el resto de Gran Bretaña.
¿Y ahora qué? La SNP, quizás con los Verdes, esperaría obtener un acuerdo con el gobierno británico sobre otro referéndum, pero el gobierno conservador de Johnson en Londres ha indicado que la respuesta a cualquier solicitud será negativa.
Sturgeon ha descartado un referéndum “salvaje”, como el celebrado en Cataluña en 2017. Su preferencia es por una encuesta que va más allá de la impugnación legal en los tribunales británicos. Pero parece estar segura de que Johnson finalmente se doblegará bajo el peso de la presión democrática. “El futuro de Escocia debe, y será, decidido por el pueblo de Escocia”, escribió en abril, y sería “insostenible”, escribió, que el Partido Conservador ignorara indefinidamente las demandas escocesas.
Los escoceses quieren decidir por sí mismos. Pero de eso no se sigue que quieran separarse de Gran Bretaña de la noche a la mañana.
Una encuesta de este mes preguntó al electorado escocés si pensaban que debería celebrarse otro referéndum de independencia y cuándo. Excluyendo a los que respondieron “no sé”, el 33 por ciento dijo que en dos años, el 30 por ciento dijo que nunca y el resto respondió 5 o 10 años. La mayoría podría, al menos por el momento, preferir un descanso de las negociaciones y campañas que han dominado la política británica y escocesa durante años.
Pero, tarde o temprano, la respuesta a si Escocia debería ser un país independiente probablemente será que sí. Las tendencias demográficas, el dominio electoral de la SNP sobre el Parlamento escocés y la profunda antipatía de Escocia hacia el Partido Conservador Británico ejercen tensiones enormes a largo plazo sobre la arquitectura constitucional.
La forma más rápida y eficaz de alejar a los escoceses indecisos de la unión es decirles, en términos inequívocos, que nunca se les permitirá irse. La Sra. Sturgeon entiende esto. Johnson, cuya principal preocupación es no convertirse en el último primer ministro del Reino Unido, quiere esperar y ver