Por Juan José Millás
Estaba limpiándome los párpados con una toallita refrescante que me recomendó el oculista, cuando me vinieron a la memoria las ventanas del salón, que están sucias porque ha llovido mucho estos días pasados. El agua de lluvia, lejos de limpiar, mancha porque las gotas se nuclean en torno a una mota de polvo, al resto del abdomen de una mosca o al fragmento del pistilo de una flor. Todo aquello que pesa menos que el aire acaba en la estratosfera, donde flotan partículas de alas de mariposa, pizcas de la piel que perdemos los seres vivos e infinidad de cáscaras de ácaro. En su ir y venir llevados por la brisa, un martes o un miércoles cualquiera tales desechos tropiezan con una nube en la que quedan atrapados. Allí, el vapor...