Ahora que estoy jubilado (jubilación viene de júbilo), tengo tiempo de sobra para no hacer nada y (hacer nada ocupa todo el día, día tras día) permanezco buenos ratos en mi casa: leyendo, viendo películas, escribiendo, en fin, tantas cosas que hoy hago y que no podía hacer cuando los afanes laborales, los miembros de la junta, los clientes, los subalternos o los jefes no dejaban ni respirar. Pero no podía haber dicha completa: suena el teléfono, bien el fijo o el celular a cada minuto y el 80 % de las llamada son o equivocaciones o de telemercadeo. Son tantas las llamadas equivocadas que he optado, cuando me preguntan, casi siempre sin saludar, -¿está doña Carmela?, sin pensarlo respondo que salió a hacer una vuelta al centro.
Las otras llamadas...