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Cuando El Circo llegó al pueblo, los habitantes se prepararon para disfrutar de todas sus sorpresas. Payasos, acróbatas, equilibristas, escapistas y titiriteros”.
Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Cuando El Circo llegó al pueblo, los habitantes se prepararon para disfrutar de todas sus sorpresas. Payasos, acróbatas, equilibristas, escapistas y titiriteros, divertían a adultos y niños. Nadie quería perderse el espectáculo más grande y extendido del mundo.
Entusiasmados, acudieron a la fábrica de sueños, y en medio de la algarabía de un escenario bañado de luz, se acomodaron hasta que la carpa llegó al tope. Un silencio expectante se extendió en cada rincón, cuando a todo pulmón, apareció el payaso dándole la bienvenida a los presentes que, entre el llanto y la alegría, se quedaron sin aliento.
Colmado de energía, no sin antes alabar a todos y cada uno de los integrantes de la entretenida exhibición, el payaso anunció a los acróbatas. Sin embargo, en esta ocasión había sucedido algo inusual: los osados ejercicios del trapecio y la cuerda floja, ocurrían dentro de ascensores dorados, a la vez que los acróbatas, sometidos a la voluntad de un eco resonante, recibían órdenes desde un lugar oculto. Anteriormente audaz, el riesgo ahora era insignificante, casi ridículo. Con gestos de desaprobación, la concurrencia no precisaba qué diablos estaba pasando.
A continuación, con movimientos provocadores y una vestimenta que dejaba mucho que desear, el payaso anunció a los titiriteros. El público reía por la fuerza de la costumbre, mientras se preguntaba dónde habían quedado los toques de genialidad que estaban esperando. No podían creer la poca habilidad para mover las marionetas, ni la exagerada manipulación para sacarle provecho al espacio.
El entusiasmo estaba a punto de sepultarse bajo tierra cuando, sin tener idea dónde se había ido el payaso, aparecieron los escapistas. Era el momento preciso para sumergir en fantasías y distracciones a la multitud que, aliviada huía de la frustración así fuera por un rato.
El escapismo era un arte sorprendente, misterioso. Sólo los magos podían escapar de espacios cerrados, edificios en llamas, jaulas, tanques de agua, y trampas de todo tipo. A los espectadores siempre les había llamado la atención los movimientos genuinos, flexibles y audaces de los escapistas, sin embargo, esta vez recurrían a técnicas ilusionistas demasiado obvias. Por fortuna, los niños que sabían cómo escapar del aburrimiento, se quedaron dormidos soñando con aventuras en la jungla.
En vista de tanta mediocridad, la mayoría se consoló convenciéndose de que se necesitaba habilidad para fingir desaparecer, dar la vuelta a las cosas, o hacer creer que lo imposible era posible. Los que sabían cómo funcionaba, no se sorprendieron tanto. Era de conocimiento general que en el circo habitaban mentalistas, escamoteadores, y reyes de la evasión con ataduras y sin ellas, se decían.
Quienes entendían la diferencia entre lo selecto y lo vulgar, decidieron marcharse a pesar de que el espectáculo no había terminado. Otros se quedaron atados a sus sillas sin poder dar un pasito pa´ delante y un pasito para atrás, y contorsionando la cadera con los brazos levantados, intentaron pasar sabroso. ¿Estaban hipnotizados? No se lo preguntaron, era mejor pasar inadvertidos y no averiguar lo que no les concernía.