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Por Luis Fernando Ospina - redaccion@elcolombiano.com.co
Palacio en llamas. Dudo que a esta hora el presidente Gustavo Petro esté pensando en salir al balcón. Por el contrario, le serviría más saltar por él.
Acostumbrado a las emboscadas, el Jefe de Estado enfrenta la propia por cuenta de los “francotiradores” que él mismo llevó a su “primera línea”. Y no será sólo Armando Benedetti quien siga descargando sus ráfagas de ira, resentimiento y envidia contra todos los que queden a la espalda de Petro. Incluidos los que ya no están en la foto oficial de Presidencia.
El escándalo que apenas comienza, tal como comenzaron los primeros fuegos en enero del 23 con la ex niñera de Laura Sarabia, Marelbys Meza, y sus relaciones con Benedetti, amenaza con propagar el fuego al resto de la Casa de Nariño y sus alrededores, en especial, hacia el propio Congreso de la República.
La forma en que se llevó a cabo la campaña presidencial, incluida la financiación, es gasolina sobre tapete rojo. Desde Roy Barreras hasta el propio Gustavo Bolívar, pasando por Alfonso Prada, el Pacto Histórico está lleno de pirómanos que no perderán la oportunidad de añadir leña seca al incendio incontrolable que se avizora en pleno corazón del poder político colombiano.
El lenguaje usado por Benedetti es apenas etiqueta de lo que hay dentro de los regalos envenenados que no sólo dio el propio Petro, sino de los que recibió y seguirá recibiendo. Íngrid Betancourt había advertido de que el presidente había hecho un “pacto con el diablo” con el fin de llegar a Palacio, pero no se imaginó el infierno que le esperaba al hombre del “cambio”.
Con el Palacio en llamas, Petro tiene pocos bomberos para mitigar los estragos. No sólo ha puesto en duda la legitimidad de los órganos de control, ahora en papel de bomberos, sino que los ha querido quemar en sus propias hogueras. El fiscal Barbosa, la procuradora Margarita Cabello y, por supuesto, las altas Cortes y una parte del Congreso, tienen el control de las mangueras, pero quizás no el agua suficiente para evitar la propagación del fuego.
La soberbia y la arrogancia con las que Petro no sólo adelantó la campaña, sino que gobierna, se convierten en gasolina, incluso importada, porque el fuego que comenzó en el 23 tiene efectos directos en el ambiente de por sí explosivo en Venezuela. Benedetti resultó más devastador que el elefante del 8.000 de Samper, quien, paradójicamente, ha resultado el escudero de Petro.
Colombia no merece esta conflagración. La institucionalidad, tan golpeada desde todas las orillas y por casi todos, vuelve a ser un camino de salvación, que no de huida, ante semejante hecatombe. No serán, por ahora, las calles ni los balcones los escenarios en donde podamos buscar la sensatez y la tranquilidad que exige un momento de tanto peligro democrático para el país. Ojalá haya tiempo para detener este fuego del 23.