Por david e. santos gómez
De unos años para acá América Latina mostró pequeñas señales de cordura política. Epidérmica, sin duda, mientras lo social aún hervía. Hierve. Pero, aunque los problemas más acuciantes seguían ahí, cierta estabilidad de las instituciones y el cumplimiento de periodos presidenciales en naciones acostumbradas al desmadre, nos dieron un respiro. Algunos logros económicos y sociales incluso despertaron sonrisas. Pasos diminutos. Logros más perceptibles unos que otros, pero logros, al fin y al cabo.
Hace unas semanas empezó a temblar de nuevo. En Argentina, la imposibilidad de Mauricio Macri de manejar su economía y el anuncio del -casi inevitable- retorno del peronismo en cabeza de Alberto Fernández, tienen al país en un huracán insoportable. En Perú, en una sola noche, se anunció la disolución del Congreso, la respuesta del legislativo de destituir al presidente, el nombramiento de una nueva mandataria y al fin, la recuperación del poder por parte de Martín Vizcarra. En Ecuador, unas protestas por el alza de combustible subieron en virulencia en cuestión de horas y amenazaron con la permanencia del Ejecutivo. “Son golpistas”, dijo agitado Lenin Moreno. El presidente conoce el pasado inestable de Carondelet y no quiere dar lugar a equívocos.
Brasil, con Jair Bolsonaro, camina siempre un escalón hacia abajo. Cada semana. Con cada declaración. Con cada manifestación racista. Venezuela, parece no tocar fondo nunca, aunque ya lo tocó hace años y Colombia... bueno, no hay mucho más para decir de este baile de insensatez y corrupción y desidia y torpeza gubernamental y judicial. Las fotos que no son. Los políticos condenados que se escapan por las ventanas de los consultorios odontológicos. Las peleas rastreras entre los candidatos que pretenden ser alcaldes y gobernadores.
Ni allá ni acá aparecen señales de mejora. Parte de la angustia que nos invade es esa incertidumbre colectiva en la que se hace imposible pronosticar el rumbo de la política nacional e internacional más allá del fin del mes. Lo absurdo parece por momentos ganarle el espacio a la norma y ahí los incendios ganan terreno. El fuego que parecía apaciguado revela que nunca se fue y nos asalta esa triste sensación de ver a un vecindario que no se cansa de retroceder tres pasos cuando ha dado dos, de angustiar luego de dar esperanza, de preocupar cuando parecíamos tener un alivio.