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Gente de agua

Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com

Esta semana ha sido noticia que algunos grupos indígenas del Amazonas ordenaron una cuarentena para frenar un mal terrible que se extiende sigiloso entre sus comunidades: el suicidio. Esta dolorosa realidad, especialmente cruel entre los más jóvenes, va en un aumento imparable y se ha ido filtrando como lo hace el agua en una estructura. El tema es tan doloroso que siempre ha generado silencio alrededor, pero tal parece que algo está cambiando.

La realidad que tanto nos cuesta asumir como sociedad es que el suicidio es la principal causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Y aunque los índices en América Latina son unos de los más bajos a nivel global, las cifras que se manejan en la comunidad indígena golpean porque llegan a ser casi el doble de las que se dan entre el resto de la juventud.

¿Qué está pasando? Si hubiera que encontrar un punto en común para entender el por qué se contempla esta posibilidad sería ese deseo irrefrenable por querer dejar de sufrir. Este es un anhelo común y nada tiene que ver con etnias, razas o nacionalidades. Sin embargo, los psicólogos intentan explicar el origen de ese sentimiento dentro de la comunidad indígena en la discriminación, la marginación, la colonización traumática y la pérdida de las formas tradicionales de vida. Algo que viene ocurriendo desde hace décadas, según lo revelan varios estudios, pero que se ha exacerbado tras la pandemia. El aislamiento y la soledad a las que tantos quedaron expuestos, en muchos casos separados de sus comunidades, se dan como los detonantes de este doloroso panorama.

Gente de agua es el nombre originario con el que se autodenominan algunos grupos indígenas del Arara, donde varias comunidades tomaron la iniciativa de aislarse durante 20 días de todas las distracciones occidentales en busca del recogimiento necesario para entender cómo moverse entre dos mundos que chocan y que hacen sentir a su juventud que no encaja y que no hay esperanza.

Los más viejos descendientes de la anaconda de agua, aferrados a sus tradiciones y sus creencias, luchan por recuperar a esos jóvenes expuestos a tantos factores externos que causan conflicto en su estructura social y que desencadenan en muchos esa idea de quitarse del medio y ese falso pensamiento de que sin ellos, los demás quedarán más tranquilos. Que funcione o no está por verse, pero en principio tiene mucho sentido ese periodo de reflexión. Y sobre todo, el hecho de que hayan decidido hablar del tema y no ocultarlo más. Hay tanto dolor, que se vuelve insoportable la absurda pretensión de intentar seguir la vida como si esa juventud que se apagó abruptamente no hubiera iluminado con su presencia la existencia de tantos miembros de la comunidad.

Si estas palabras pudieran llegar a lo más profundo de la selva, sin romper ese aislamiento elegido como cura, susurrarían algo a los mayores y a los líderes espirituales: escuchar sin juzgar, escuchar con compasión. De este lado del mundo nos cuesta mucho, pero algunos lo intentamos para que el agua no nos inunde.

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