A los colombianos les cuesta mucho aceptar que la corrupción en las entidades oficiales puede producir ruina, violencia y resentimiento iguales o peores que los que engendran las armas y los desacreditados y condenables actos de los grupos subversivos.
Un alcalde que construye una carretera con dineros públicos para beneficiar sus propiedades, y que mientras tanto se la niega a comunidades campesinas alejadas que la necesitan para sacar sus productos veredales y para llevar a sus niños a la escuela es un sinvergüenza.
Una alcaldesa que vacía las arcas municipales mediante contratos fraudulentos, o con contratistas falsos o que ejecutan a medias obras entregadas a dedo, es una criminal.
Gastar plata inoficiosamente en obras suntuarias, cosméticas,...