Cuando apenas tenía siete años me puse como reto sostener la vigilia, y sorprender al Niño Dios en la noche de Navidad. “Entre gallos y medias noches”, como solía decir en Valparaíso Doña Agripina Peláez, vi aparecer a mi madre en camisón. Como en otras ocasiones, sentí que levantaba mis pies para abrigarlos con las cobijas. Era la forma más tierna de decirme: te quiero. Con ese toque mágico, como siempre, me sumergí en mis sueños. Solo después hilé que podría ser ella la que dejó debajo de mi cama un pequeño camión de arrastrar y dos pantalones cortos de tirantas, que tenían el sello de confección de su mimada máquina Singer de pedal. Navidad era para mí un tiempo de mucha ilusión. Los años se me hacían largos esperando esos fantásticos días...