x

Pico y Placa Medellín

viernes

3 y 4 

3 y 4

Pico y Placa Medellín

jueves

0 y 2 

0 y 2

Pico y Placa Medellín

miercoles

1 y 8 

1 y 8

Pico y Placa Medellín

martes

5 y 7  

5 y 7

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

6 y 9  

6 y 9

El mundo está lleno de opinadores de todo y expertos de nada

hace 7 horas
bookmark
  • El mundo está lleno de opinadores de todo y expertos de nada

Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

Hoy quiero hablar de algo que llamaré la explosión del diletantismo.

El diletantismo es un término que, con cierto matiz despectivo, se usa para describir el cultivo de una actividad de manera superficial o esporádica. Es, en esencia, una forma de señalar que alguien habla de lo que no es experto y que, por esa misma razón, debería abstenerse de hacerlo. Al hablar de la explosión del diletantismo me refiero, entonces, al estado actual de la conversación pública, en la que proliferan voces influyentes que opinan con absoluta seguridad sobre temas que no conocen lo suficiente.

Esto se manifiesta en dos fenómenos claros. Primero, la multiplicación de comentaristas profesionales con una formación mínima que disfrutan de millones de seguidores—youtubers, tiktokers y demás. Segundo, la disposición generalizada del resto de nosotros a opinar con convicción sobre cualquier asunto en redes sociales, aun cuando no sepamos más que la persona promedio sobre aquellos.

Usted podría decir que esto no es nuevo. Que antes de los youtubers y los tiktokers, los periodistas tradicionales ya jugaban un rol similar. Sin gran experticia en la mayoría de los temas, sus opiniones tenían un fuerte impacto en la conversación pública. Además, la naturaleza humana nunca se ha distinguido por la prudencia y la reflexión pausada. La gente siempre ha tenido opiniones fuertes sobre los asuntos de actualidad, independientemente de lo bien que los conozcan. Antes, esas opiniones se expresaban en la plaza del pueblo; hoy lo hacen en su equivalente digital, las redes sociales. En ese sentido, quizá siempre hemos vivido en una era de diletantismo.

Y sí, eso es cierto. Sin embargo, lo que marca una diferencia hoy es que la abundancia de información permite que cualquiera acceda, en cuestión de minutos, a un nivel de conocimiento básico que antes requería días o semanas de búsqueda y reflexión. Es decir, hoy una persona puede leer durante dos minutos los resultados de una búsqueda en Google o de una conversación con una inteligencia artificial y sentir que ya domina lo esencial de un tema. El acceso a esa información genera una falsa sensación de experticia. Lo que es apenas un esbozo de comprensión se confunde con conocimiento genuino.

Si a esto se suma el poder amplificador de las redes sociales, el resultado es que cualquier voz puede llegar a millones sin pasar por filtros mínimos de verificación sobre su conocimiento o experiencia. Así se configura un espacio de discusión lleno de voces como nunca antes en la historia, pero sustentadas en mucho menos tiempo de formación y análisis.

La explosión del diletantismo es, de hecho, uno de los principales motores de la crisis de desinformación que vivimos. Aunque solemos asociar este problema con la creación deliberada de noticias falsas, buena parte de la desinformación no proviene de gente malintencionada, sino de personas como usted y yo, sin ninguna agenda específica, a quienes nos cuesta juzgar la calidad de las explicaciones del mundo dentro de la avalancha de opiniones que se describen a sí mismas como bien sustentadas. Eso alimenta un ambiente de posverdad en el que ideas fácilmente refutables por expertos, no solo circulan libremente, sino que prosperan y llegan a imponerse sobre otras mucho más sólidas.

Ante este problema, al igual que con la mayoría de los procesos que traen consecuencias sociales negativas, el instinto natural de querer regularlo. No obstante, yo tengo serias dudas de que esa sea una aproximación prometedora en este caso. ¿Cómo regular el diletantismo? ¿Quién tendría la autoridad para decidir quién es realmente un experto? ¿Con qué legitimidad podría esa autoridad determinar qué puede decir o no una persona?

Y aún más relevante es reconocer que la explosión del diletantismo también trae consigo elementos positivos. Esta representa una democratización de la discusión pública, la cual, al menos en las esferas de decisión, siempre estuvo dominada por las élites. En otras palabras, esta es quizá la primera vez en la historia de la civilización en la que la probabilidad de que la opinión de una persona común llegue a oídos de quienes toman las grandes decisiones colectivas—i.e. monarcas, presidentes, altos funcionarios—no es cero. Esto, por no hablar del hecho de que la persona del común tenga un espectro muchísimo más amplio de cosas sobre las que le interese y pueda generarse una opinión, aunque superficial, constituye un logro extraordinario de la humanidad en sí mismo.

En ese sentido, hay mucho que celebrar del diletantismo a nivel colectivo. Lamentablemente, el costo que debemos pagar por ello es tolerar la abundancia de opiniones equivocadas o irrelevantes. Sin embargo, parte de este costo se puede mitigar a nivel individual, cultivando el criterio y la reflexión juiciosa. Recordar, siempre, que el diletantismo nos acecha a todos, y que nuestra voz será más responsable en la medida en que la ejerzamos con humildad frente a lo que no sabemos. Solo así podremos enfrentar la explosión del diletantismo y, al mismo tiempo, aprovechar sus virtudes.

Sigue leyendo

Te puede Interesar

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD