Pico y Placa Medellín
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Es un proyecto cultural, ético, colectivo, una oportunidad para transformar la sociedad capitalina desde el respeto y el cuidado por lo público.
Por Jimmy Bedoya R. - @CrJBedoya
Bogotá es la única capital de América Latina sin un sistema de metro en funcionamiento, aunque su necesidad fue planteada desde mediados del siglo XX. Hoy vemos avances en pilotes, cronogramas y estaciones. Sin embargo, un aspecto esencial no aparece en los planos: la cultura ciudadana. El metro no se trata solo de mover personas: se trata de elevar el estándar cultural de una ciudad que merece algo más que cemento y acero.
Se construye un sistema del siglo XXI para una ciudadanía que aún arrastra comportamientos del pasado. Según el Concejo de Bogotá, en 2024 el 13% de los usuarios se coló en TransMilenio, generando pérdidas que superaron los $262.000 millones. ¿Vamos a trasladar al metro las mismas conductas de colados, irrespeto y deterioro que ya normalizamos en otros sistemas?
TransMilenio bastaría como advertencia. Lo que comenzó como una apuesta innovadora terminó en espacios hostiles, deteriorados, poco dignos. No solo por errores técnicos, sino por prácticas como colarse, destruir mobiliario, ensuciar, gritar o agredir. Ninguna infraestructura, por brillante que sea, resiste sin ética urbana que la sostenga.
Aquí es donde Medellín marca la diferencia. Como señala la CEPAL (2012), el éxito del Metro de Medellín no solo en su ingeniería, sino en la ingeniería de su cultura ciudadana. El sistema se concibió como una herramienta pedagógica. No fue un milagro: fue una decisión política y educativa. Campañas permanentes, liderazgos barriales, símbolos, pactos éticos. El resultado: una ciudadanía que asume el Metro como espacio sagrado en común, no como un bien ajeno.
Este elemento de cuidado del Metro inició antes del primer viaje y continúa tras 29 años de operación; un ejemplo a replicar en Bogotá para no correr el riesgo de inaugurar su metro con vicios que han deteriorado al TransMilenio. ¿De qué sirve tener estaciones inteligentes si serán usadas como basureros? ¿Cómo fomentar respeto por lo público si no enseña a valorarlo como propio?
La respuesta es clara: es apremiante una estrategia de cultura ciudadana. No cuando se corte la cinta, no cuando aparezcan las primeras fallas. Ahora. Antes de que los rieles lleguen. Antes de que la vieja conducta colonice el nuevo sistema.
Esto implica trabajo en colegios, en universidades, juntas de acción comunal, conversaciones cotidianas de la familia. Comprende una pedagogía simbólica y campañas creativas con la asociación de los medios, las redes, los líderes políticos y sociales, y con el compromiso de cada habitante. El metro no educa por sí solo: es la sociedad la que debe prepararse para habitarlo con dignidad.
El metro es más que una obra de ingeniería. Es un proyecto cultural, ético, colectivo, una oportunidad para transformar la sociedad capitalina desde el respeto y el cuidado por lo público.
Bogotá está ante una oportunidad histórica: convertir el metro en algo más que transporte, en un catalizador de confianza, civismo y orgullo urbano, que sea el emblema de una revolución silenciosa que reorienta el modo en que se entiende lo público, del “todo vale y que lo arreglen otros” al “esto también es mío y lo cuido”.
Es tiempo de apreciar de otra forma los pilares del metro, señalan que la ciudad está cambiando. El metro es de todos, es la oportunidad de reconciliarnos con la ciudad, de lo contrario perderemos más que un tren. Una ciudad no se mide solo por sus obras, sino por la forma en que las habita, y esta es la obra que definirá el futuro de Bogotá.