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Por Jimmy Bedoya-Ramírez - @CrJBedoya

Los guardianes del voto

La democracia no se sostiene sola, se levanta sobre hombros uniformados que renuncian a su propio protagonismo para que otros puedan decidir.

hace 6 horas
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  • Los guardianes del voto

Por Jimmy Bedoya-Ramírez - @CrJBedoya

En cada elección, la democracia evalúa su propia resistencia. En los discursos se promete un país distinto, pero en las calles, en los puestos de votación y en los caminos apartados, hay hombres y mujeres que trabajan para que esa promesa sea posible. Son los integrantes de la Fuerza Pública —y en particular de la Policía Nacional— quienes, sin estridencias, garantizan que la voluntad ciudadana pueda expresarse sin miedo.

Ellos no eligen partidos, sino principios. Su voto es el del deber. Su causa es el orden y la convivencia. Mientras la opinión pública debate y las emociones de los militantes de los partidos se encienden, los policías protegen la calma que permite decidir en libertad. Su presencia es la frontera entre el caos y la civilidad, entre el ruido de la confrontación y el silencio sagrado del voto.

Pero en estos tiempos convulsos, en los que las redes sociales fabrican “verdades” y la manipulación digital amenaza la confianza pública, el papel de los custodios del orden y la democracia exige una lectura más profunda. Proteger nuestro sistema político hoy no consiste solo en cuidar urnas o evitar disturbios: significa defender el derecho del ciudadano a pensar por sí mismo, a no ser rehén del miedo ni del engaño.

La seguridad electoral se ha vuelto también seguridad cognitiva. El uniforme, además de ser un símbolo de autoridad, representa la promesa de un Estado que no abandona su deber de proteger la paz, y esa paz no se limita a la ausencia de violencia, sino a la presencia de justicia, respeto y confianza mutua. Cada uniformado que vela una urna o acompaña el traslado del material electoral está sosteniendo, con su servicio, la arquitectura invisible del Estado de derecho.

Sin embargo, el valor de su trabajo suele ser efímera. Los recordamos solo cuando el riesgo se materializa o la crisis estalla. Es hora de cambiar esa indiferencia por reconocimiento consciente.

El respeto no implica silencio ante los errores, sino comprensión del sacrificio; no es sumisión, sino madurez democrática. Defender a quienes defienden la democracia es un acto de ciudadanía, no de ideología.

Por eso, de cara a las elecciones de 2026, el llamado es claro y urgente: a la Fuerza Pública, para que mantenga su temple y neutralidad en medio del ruido político. A las instituciones, para que les brinden respaldo, bienestar y formación ética, y a la ciudadanía, para que vea en ellos aliados, no adversarios; servidores, no enemigos.

La democracia no se sostiene sola, se levanta sobre hombros uniformados que renuncian a su propio protagonismo para que otros puedan decidir. Reconocerlos es un gesto de cortesía, y de conciencia ciudadana: sin ellos, la libertad sería apenas una palabra.

Que cada ciudadano, al acudir a las urnas, recuerde que su voto viaja seguro gracias a quienes lo custodian, y que cada integrante de la Fuerza Pública interiorice que, en ese servicio silencioso, reside la grandeza de un país que aún cree en el poder de la ley, la serenidad del deber y la esperanza de la democracia.

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Por Jimmy Bedoya-Ramírez - @CrJBedoya

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