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Polonia ha sabido atraer inversión extranjera directa, especialmente en sectores de manufactura avanzada, tecnología y servicios de TI.
Por Juan Carlos Manrique - jcmanriq@gmail.com
Cada cierto tiempo, emergen países con estrategias que los colocan por encima de los promedios mundiales. En el pasado fueron los tigres o dragones asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán). Después los BRIC (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Hoy, en el radar global, aparece Polonia como uno de los casos de éxito más notables de Europa.
La historia de Polonia está llena de luces y sombras, como la de todos los países. Desapareció del mapa dos veces, superó décadas de opresión soviética para convertirse en una potencia económica y militar.
Desde 2004, tras ingresar a la Unión Europea, triplicó su renta y ha mantenido un crecimiento sostenido cercano al 4% anual. Su PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo ya ronda los 44.000 dólares, acercándose al nivel de vida de países desarrollados como España o Italia.
Con una población cercana a los 38 millones de habitantes y un territorio comparable a la suma de los departamentos de Caquetá, Guaviare y Meta, Polonia ha combinado reformas estructurales valientes, políticas económicas sólidas, una inversión efectiva en infraestructura y educación -apoyada por fondos europeos- y una estrategia geográfica inteligente basada en el nearshoring. Además, ha modernizado su aparato industrial, integrado a los migrantes y renunciando a depender de sectores volátiles, como el turismo.
Este éxito no ha sido accidental. Polonia ha sabido atraer inversión extranjera directa, especialmente en sectores de manufactura avanzada, tecnología y servicios de TI. Grandes multinacionales han instalado plantas y centros de innovación en ciudades como Varsovia o Cracovia. Pero el cambio no ha sido solo urbano. Por fin, Polonia redescubrió su ruralidad. La inversión llegó al campo, antaño abandonado. Hoy, una infraestructura envidiable entrecruza los paisajes agrícolas bien cuidados, productivos y prósperos.
Curiosamente, Polonia, al igual que Colombia, vive una fuerte polarización entre un duopolio ideológico: Los nacionalistas conservadores y los liberales proeuropeos, con el riesgo de deslizarse hacia una democracia “iliberal”. Algunos observadores opinan que Polonia está en un punto de inflexión histórico: Puede consolidarse como una potencia europea moderna y estable, o retroceder hacia un nacionalismo que la margine.
Por ahora, los polacos han sabido navegar estas aguas turbulentas sin contaminar su estrategia de país, que puede resumirse así: crecer de forma sostenible en beneficio de todos.
Polonia y Colombia, comparten una oportunidad histórica para posicionarse como actores relevantes en sus respectivas regiones. Polonia ya inició este camino con determinación. Colombia, con una demografía todavía favorable y la posibilidad de emprender reformas estructurales profundas, podría convertirse en líder latinoamericano si aprende de experiencias como la polaca.
Muchos se preguntan cómo Polonia ha logrado mantener su lugar en el corazón de Europa. Polonia nos recuerda que el progreso y el bienestar no son un milagro, sino una decisión colectiva sostenida en el tiempo y basada en el hacer. Se logra mirando hacia afuera, cooperando, conversando, invirtiendo con inteligencia y ejecutando reformas estructurales. Con una sociedad cohesionada, vibrante, apasionada y perseverante, que está siempre por encima de los políticos de turno. Esa es la verdadera revolución polaca. Eso, en voz baja pero firme, es lo que Polonia nos dice al oído.