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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

Elogio a un colombiano ejemplar

hace 1 hora
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  • Elogio a un colombiano ejemplar

Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

En tiempos en los que la conversación pública parece girar obsesivamente alrededor de lo que el Estado debe dar, y no de lo que cada ciudadano puede crear, conviene volver la mirada a figuras que encarnan el paradigma de lo posible. Una de ellas quizás de las más silenciosas y, por eso mismo, más valiosas fue José María Acevedo, fundador de Haceb. Su historia no es la de un privilegiado, sino la de un colombiano que decidió que el trabajo vence cualquier limitación, que la creatividad pesa más que la queja y que los sueños adquieren fuerza cuando se sostienen con la convicción de que es posible un mejor país.

Acevedo empezó desde lo pequeño, casi diminuto, frente a las barreras que lo rodeaban. En una Colombia todavía rural, pobre y sin industria propia, soñar con fabricar aparatos eléctricos rozaba lo quijotesco. Pero él eligió no dejarse gobernar por el diagnóstico, sino por la posibilidad. Desde un taller estrecho donde reparaba radios fue trazando, con paciencia y terquedad, un camino que parecía improbable: construir una empresa capaz de producir electrodomésticos de calidad en un entorno donde eso sonaba impensable. Sabía, con una claridad que pocos tienen, que la tenacidad es el fundamento del coraje.

La filosofía que lo acompañó durante décadas puede resumirse en un lema antiguo que vivió sin proclamar: ad astra per aspera, hacia las estrellas a través de las dificultades. Para él, el trabajo era una herramienta de dignidad y no un castigo, una idea que hoy resulta contracultural frente a discursos que presentan el esfuerzo como un rezago y el trabajo como un antivalor. Acevedo creía en la disciplina, en la valentía de arriesgarse sin pedir permiso y en la responsabilidad de imaginar el país que aún no existía. Haceb nació justamente desde esa convicción: no como un negocio más, sino como un acto de confianza radical en la capacidad creadora de los colombianos.

Veía en cada colaborador un aprendiz en potencia y en cada desafío un laboratorio para mejorar. Su liderazgo no imponía: inspiraba. Lo hacía con la serenidad de quien no necesita protagonismo para dejar huella. Su ejemplo ofrece, además, una lección vigente: los países se construyen más desde la iniciativa propia y el compromiso que desde la comodidad prometida por ideologías que todo lo simplifican. Cuando la conversación pública se deja seducir por narrativas que desprecian el mérito y prometen atajos, conviene recordar vidas como la de Acevedo, que demuestran que la verdadera inclusión aparece cuando se multiplican las oportunidades de aprender, crear y prosperar.

Acevedo pertenece a ese linaje de colombianos que construyeron sin gritar, que innovaron sin proclamarse innovadores, que hicieron patria sin necesidad de nombrarla. Su historia recuerda que el progreso no nace de grandes planes nacionales, sino de pequeñas decisiones cotidianas: reparar lo que está dañado, mejorar lo que se hace bien, persistir donde otros abandonan y mantener la esperanza aún en tiempos difíciles.

José María Acevedo no solo fundó una empresa: abrió un horizonte de posibilidades para el país. Recordarlo no es nostalgia, sino afirmar que Colombia se construye desde la constancia silenciosa y el trabajo bien hecho. Las estrellas —las propias y las de una nación entera se alcanzan siempre a través de las dificultades, especialmente en tiempos como estos, cuando ciertas ideologías pretenden desdibujar el valor del esfuerzo.

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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

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