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El poder para ser impune

hace 7 horas
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  • El poder para ser impune

Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

¿Por qué se propagan con tanta espectacularidad y se celebran como gracias plausibles de la creatividad y la inventiva los casos de líderes, mandatarios o gobernantes involucrados en la comisión de acciones delictivas, inmorales, antiéticas y de todos modos escandalosas, que al final quedan cubiertas por la neblina absolutoria de la impunidad? ¿Si todo eso pasa por los noticieros de televisión y las primeras páginas de los periódicos y sólo sirve para alimentar la morbosidad de millones de espectadores incapaces de renunciar a la adicción a la fiesta gozosa de los corruptos, no será que ahí está la respuesta a la vieja pregunta del original pensador colombiano sobre el para qué del poder?

El poder ha servido algunas veces para bien y en gran parte de los casos para mal, pero ante todo para alcanzar el estado impune por el transgresor que no tiene ni el más mínimo temor a que sus violaciones queden a la vista de todos. La lista de los sujetos poderosos es muy larga y cada continente va exhibiendo sus representantes que aparecen sonrientes y retadores, satisfechos de brincarse sin castigo todas las normas éticas, morales, legales y de buen gobierno. Las civilizaciones conocidas exhiben conquistas inmensas, como también una involución pasmosa en cuestiones de ética y moral política. Todos los códigos inventados han sido inútiles para contener las extralimitaciones y los atropellos con el poder formidable de los cínicos prepotentes. Cada caso nuevo es otro epítome de la corrupción acumulada y triunfante.

Lo más absurdo está en que la corrupción les gana a los avances evidentes de la civilización y la cultura que nos haría mejores seres humanos. Las ciencias y las disciplinas del espíritu han ascendido a lo largo de los siglos. Letras y artes expresan la exquisitez de los seres creativos. Pero es increíble que a la política no la impulsen esos triunfos históricos y antes por el contrario parezca más degradada en cada noticia y gane más popularidad y votos en la búsqueda enfermiza del poder para hacer y deshacer, apenas con mínimas excepciones personales y colectivas.

Los relatos informativos de cada amanecer nos muestran un mundo que ya debería tener valores, bienes y capacidades suficientes para vivir en paz y en justicia, pero tal parece que está condenado a ser instrumento dócil de malandrines todopoderosos e impunes, además amansado o entontecido por el espectáculo de los escándalos rutinarios empujados por los abusos del poder, la ineficiencia de los códigos de ética y moral, la infructuosidad de las leyes y la desaparición de la sindéresis y el criterio de veracidad, legitimados por una idea ambigua, etérea y mentirosa de la democracia y por la hipocresía de ciudadanos que perdieron la facultad de alabar y proscribir, de distinguir entre corrupción y honorabilidad, de bien común y adormecimiento colectivo. Dichosa edad, diría el Quijote, en que el hombre no se dejaba engañar por el espejismo del poder.

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