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El mismo presidente se obsesiona con la presunción de mala fe. Madruga a trinar en tono acusatorio. Nadie se le escapa. Es larga la lista de sus contradictores a los que condena con su manía inquisitorial.
Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA - juanjogarpos@gmail.com
Lo peor del estado general de incertidumbre y desconfianza en una sociedad es el salto, el brinco al vacío de certezas de la presunción de mala fe en todos y en todo. Tal degradación sobreviene cuando se esfuman los elementos constitutivos de la buena fe, es decir cuando se vuelven exóticos y se extinguen, por ejemplo, la honradez, la veracidad, la lealtad, cualidades sustituidas por las actitudes persistentes que les son contrarias.
Cuando el predominio de la corrupción ya forma parte del espectro nacional, la buena fe deja de presumirse. Más todavía, cuando se enseña desde los órganos del Estado y se diluyen los ejemplos de veracidad, pulcritud y demás, es obvio de toda obviedad que el juris tantum de los latinos ha desaparecido y no tiene sentido presumirlo en gobernantes o en gobernados.
El mismo presidente se obsesiona con la presunción de mala fe. Madruga a trinar en ese tono acusatorio. Nadie se le escapa. Es larga la lista de sus contradictores a los que va condenando con su manía inquisitorial. Todos mienten, todos engañan, todos están tramando un golpe bajo. Bueno, no todos, porque sí eluden la sentencia sus fieles escuderos. Entonces, al estado de progresiva desconfianza, a la incertidumbre sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo veraz y lo mentiroso, se le envuelve con la manta de la extinción de la sindéresis y del sentido común. De ahí se desprenden males incontables y desmesurados. Un caso, la pérdida de credibilidad internacional, cuando se les advierte a los inversionistas que desconfíen de hacer negocios en Colombia. Es decir que se presume la mala fe desde el escenario internacional.
Uno como simple viajero encantado puede tener el pasaporte repleto de sellos de entrada a España, pero el funcionario de inmigración en el aeropuerto de Barajas examina al recién llegado con actitud de sospecha ofensiva pero comprensible en medio de todo. Sí que se hace ostensible ahí la diferencia entre las dos presunciones, la de buena fe y la de mala fe. En la Península he comprobado siempre cómo al ciudadano se le cree de entrada, su versión se considera honorable. Se presume su buena fe, sea donde fuere. Siente confianza y se alegra de ser bien recibido. Es la costumbre en la mayoría de la gente. Sin embargo, a la mínima señal de que proviene del país donde los individuos han dejado de creer, confiar y presumir la buena fe, y donde el mismo gobierno enseña desconfianza, es muy probable que el tratamiento cambie para mal.
La buena fe como estado mental de honradez, de convicción sobre la rectitud y veracidad de algo, se presume en el derecho, con algunas excepciones lógicas. Aquí en este país único, de la belleza, lo que se presume es la mala fe. Nos han forzado las circunstancias. Vencerlas, superarlas, es una causa que demandará trabajo duro por varias generaciones. Mientras tanto se impondrá el signo de la sospecha.