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Debemos reconstruir la confianza en nuestras instituciones, sobre todo lo bueno que ellas hacen.
Por Juan Manuel del Corral - opinion@elcolombiano.com.co
En una de las conversaciones más significativas estos meses, alguien me dijo: “El país que soñamos ya está pasando...”. Con los problemas que nos aquejan, hay instituciones y muchos ejemplos para destacar, pero hace falta que las divulguemos para que sean conocidas. Esa frase sencilla, pero profunda, me dejó inquieto, porque genera un desafío clave. Debemos reconstruir la confianza en nuestras instituciones, sobre todo lo bueno que ellas hacen. Sin duda, tenemos instituciones que funcionan, servidores públicos que trabajan con rigor y honestidad, jóvenes emprendedores que sorprenden por talento y creatividad, y millones de colombianos que trabajan con esmero y responsabilidad. Somos un país con una fuerza y energía admirables, pero sus historias positivas pocas veces son divulgadas de forma masiva; sin embargo, también convivimos con un sentimiento de distancia y desconfianza. Para millones, la justicia es lenta y selectiva, la política es sinónimo de desgreño e intereses personales, la economía beneficia a pocos y el Estado es lejano o inexistente. Esa brecha —entre lo que sí funciona y lo que no— es la que debemos cerrar con urgencia.
Una institución genera confianza cuando es eficiente y transparente; cuando explica sus decisiones; cuando muestra resultados; cuando cumple lo que promete.
La confianza nace del ejemplo de los funcionarios hacia los ciudadanos. Ninguna institución puede hacerse respetar, si quienes la dirigen no honran su cargo ni representan lo que exigen; que tal las recientes expresiones del ministro del Interior a una Magistrada. La autoridad moral más poderosa que la autoridad formal. El país que soñamos necesita líderes —públicos y privados— que inspiren por su integridad, no por su poder. Las instituciones deben mirar a sus ciudadanos, escucharlos, acompañarlos, trabajar para ellos. La confianza se destruye cuando sentimos que el Estado vive en un país distinto al nuestro.
Más de la mitad del país siente que las instituciones no cumplen con su función de igual manera para todos. A este grupo de colombianos se les ignora; solo se les tiene en cuenta en procesos electorales. Es imperativo que reclamemos para que las instituciones del Estado sean capaces de incluir a millones de jóvenes y familias que pasan penurias. Por eso, reconstruir la confianza institucional implica tender puentes entre dos Colombias, la que innova y la que sobrevive; la que participa y la que desconfía; la que progresa y la que sufre. Ese puente se construye con instituciones que lleguen a las regiones; con historias inspiradoras que nacen allí; con posibilidades cercanas y no promesas lejanas. El país que soñamos requiere ciudadanos confiables, críticos y responsables. Que el servicio público vuelva a ser un honor, que la justicia sea oportuna, que la política recupere su sentido original, servir y no servirse. Colombia necesita un acuerdo ético, en el que todos - Estado, empresa, academia y ciudadanía- hagamos nuestra parte. El País que Soñamos será posible si reconstruimos la confianza que nos une.
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