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Colombia comenzará a transformarse cuando entienda que liderar no es un privilegio, sino un deber.
Por Juan Manuel del Corral - opinion@elcolombiano.com.co
En el artículo anterior reflexionamos sobre el diálogo como punto de partida para recuperar confianza, pero para que sea transformador requiere coherencia, transparencia e integridad. Se necesita un liderazgo que inspire e integre.
Liderar es acompañar. No es brillar solo, es lograr que otros brillen. No es buscar poder, es buscar propósito. El verdadero liderazgo se gana con respeto, coherencia y ejemplo.
En Colombia hay talento y hay un deseo inmenso de salir adelante. No nos faltan ideas ni capacidad. Necesitamos un liderazgo que convoque sin imponer, que escuche sin juzgar y que actúe con integridad. Hemos vivido demasiado tiempo entre voces que prometen, pero dividen, mientras el país real —el que madruga, trabaja, enseña, crea y siembra— sigue esperando líderes que lo representen con coherencia y les brinden esperanza.
El liderazgo que necesitamos no se mide por la cantidad de seguidores ni por el poder que se acumula. Se mide por la capacidad de inspirar confianza. No necesitamos héroes infalibles, sino personas auténticas, capaces de escuchar, reconocer errores y actuar con genuina vocación de servicio. La autoridad verdadera no se impone a la fuerza, ni mediante presión; se gana, con ejemplo, la serenidad y la capacidad de generar oportunidades para todos.
Estamos llenos de líderes silenciosos que construyen país sin alardes ni protagonismos. La maestra que no se rinde ante la precariedad de su escuela. El joven que impulsa un proyecto para mejorar su comunidad. El deportista que inspira con disciplina y humildad. El empresario que respeta a sus colaboradores y crece con ellos. La madre que organiza a sus vecinos para cuidar el barrio. Ellos no salen en los medios, pero son quienes encarnan el liderazgo que soñamos.
Colombia necesita líderes auténticos, que devuelvan la fe en la palabra empeñada, que eduquen con su buen comportamiento y que transmitan claridad y esperanza en medio de tanta confusión. Líderes que comprendan que cada acción deja una huella moral y que en sus decisiones, se refleje el espíritu de una nación. El liderazgo ético no se predica, se practica.
El liderazgo que soñamos nace en cada colombiano que asume su responsabilidad con el otro, en la casa, en la empresa, en el campo, en la escuela o en las redes. Cada acto de honestidad, de empatía, de respeto, es una forma de liderazgo que cambia el entorno. El país que soñamos se construye con liderazgos simultáneos, diversos y generosos.
Colombia comenzará a transformarse cuando entendamos que liderar no es un privilegio, sino un deber. Cuando cada uno decida aportar con integridad, inspirar con ejemplo y unir en lugar de dividir. Cuando los argumentos en público coincidan siempre con los privados. Cuando brindarle un servicio a alguien, traiga felicidad. El verdadero liderazgo —el que necesitamos— no busca poder, busca sentido. Y cuando un país encuentra sentido en lo que hace, no hay obstáculo que pueda detenerlo.
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