Por Luis Fernando Álvarez J.
Estando aún muy joven, un ágil vendedor de seguros me convenció sobre la importancia de comprar una póliza de seguro de vida, necesaria y suficiente para amparar al núcleo familiar en caso de fallecimiento. Como era apenas lógico, en aquel momento de la vida, se adquiere una póliza de ese tipo pensando más en tener una especie de medio de ahorro, que en la necesidad de beneficiarse del amparo asegurado. Es una época en la que se piensa en el acá, muy poco en el más allá.
Durante años, sin mayor preocupación, pagué las primas correspondientes para mantener en vigencia la póliza, la verdad, sin preocuparme en mayor grado por las condiciones y detalles del riesgo asegurado. Pero sucedió lo inevitable. Pasados los años, cuando empezamos a preocuparnos más por el allá, que en el acá, quise revisar y discutir con un nuevo agente de seguros las condiciones de la póliza, quizás pensando en reforzar los beneficios en ella contenidos. Para mi sorpresa, al leer la letra pequeña que tiene toda póliza, el asesor de seguros me dijo, con una cruel franqueza, que la póliza no tenía ningún alcance, que el amparo contratado se había perdido, porque yo no tuve la inteligencia de morir antes de cumplir los 60 años. Una y otra vez me recalcó, que mi gran error fue no haber muerto antes de esa edad, concebida en la póliza como fecha límite para reconocer el amparo. Incluso me mencionó nombres de ilustres colegas que, según él, tuvieron la inteligencia de morir temprano y beneficiar a sus familias del amparo contenido en la póliza.
Lo afirmado por aquel agente con toda naturalidad, es el reflejo de una sociedad enferma, una sociedad para la cual los adultos en general, y los adultos mayores en particular, se miran como personas desechables, o como lo decía Fernando Velásquez en valiente artículo publicado el pasado domingo en este mismo medio, se trata de personas consideradas al nivel de las basuras, y éstas se enrollan y se botan. Una sociedad que desaprovecha la experiencia y sabiduría de la madurez, una sociedad para la cual un alto juez debe ser archivado a los 70 años, porque se considera un desgraciado estorbo, una sociedad que cree que un docente a los 60 años debe retirarse, dizque porque ya no tiene que aportar, mientras en los países desarrollados, un juez o un docente en esas edades, está empezando su verdadera producción intelectual. Una sociedad que prefiere ser manejada por alcaldes seudo adultos, porque manejan muy bien programas de computador, así no conozcan los asuntos sobre los cuales deben decidir. En fin, una sociedad que quiere aprovechar una reforma tributaria para pauperizar las pensiones de jubilación a través de todo tipo de gravámenes, que aunque son inconstitucionales, posiblemente se aprueben, pues los adultos mayores no organizan marchas de protesta, no taponan las vías, no destruyen bienes públicos, no confrontan la policía.
El mensaje es claro: ¡Jubilados, por favor muéranse¡