En 2015, por esta misma época del año, escribí un artículo que hoy cobra vigencia: “Los candidatos a las alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas del país se vestirán de galanes (como enemiga declarada del lenguaje incluyente, se entiende en este escrito que podrán ser hombres o mujeres), lucirán la mejor de sus sonrisas, caminarán por nuestros barrios y, en un acto de humildad y cercanía, nos preguntarán qué queremos y qué necesitamos. Nos llevarán flores, dulces y serenatas, nos besarán la mano, nos jurarán amor eterno por cuatro años y, de rodillas sobre un tapete de rosas, nos pedirán matrimonio. En el plan conquista todos suelen ser perfectos. Pero, como pasa casi siempre en la vida real, en las relaciones con los políticos también las rosas se marchitan. Y cuatro años es mucho tiempo para dormir sobre un colchón de espinas”.
Hoy, después de tantos coqueteos, de analizar con ojo crítico sus programas, sus promesas, la huella que han dejado, las peladas de cobre, las metidas de pata, la gente que los rodea y todos los regueros que suele dejar una campaña política, me han conquistado los perdedores. Mis candidatos no aparecen punteando en las encuestas, no son los favoritos de las mayorías, pese a que tienen experiencia, trayectoria y recorrido. Pero no me importa perder. Es mucho lo que está en juego como para votar por el que aparentemente ya ganó, por el “menos malo” o para que no gane otro. El juego limpio parte desde la intimidad de cada quien y así quiero ejercer mi deber y mi derecho a elegir sin presiones. Y por eso tampoco digo el nombre de mis candidatos, porque si bien lo he hecho antes, ahora pienso que la cédula le da a cada quién la autonomía para decidir y nadie tiene por qué controvertir su elección.
Después de marcar mis tarjetones me quedará, además de la conciencia muy tranquila, una lista de deseos que de tanto repetirse se han vuelto lugares comunes, pero no por ello hay que restarles importancia:
Nuestros próximos alcalde y gobernador tendrán en sus manos un platal (5,65 billones de pesos la Alcaldía y 7,5 billones la Gobernación), que idealmente deben ser destinados para atender las necesidades reales de nuestra ciudad y nuestro departamento, y no para dilapidarlos en caprichos y obras pomposas que hacen las veces de espejo de aumento donde se refleja el ego de un mandatario vanidoso. ¡Que no derroche, pero que tampoco amarre la plata!
Deseo que los ganadores sean asertivos, coherentes y que mantengan lo bueno que encuentren de sus antecesores. Que apliquen sentido común, cordura, planeación y priorización en el uso de esos recursos que ponemos a su disposición, y de paso en ese otro capital intangible que les entregamos: El sueño de una Antioquia y de una Medellín con los problemas propios de una región como la nuestra, pero viable, justa y habitable para todos. No necesitamos que nos prometan felicidad. Con que sean eficientes, pulcros en sus manejos y gobiernen para la gente, es suficiente.