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Por Juliana Velásquez Rodríguez - JuntasSomosMasMed@gmail.com
María Corina Machado identificó una clave para empezar a despertar un pueblo sometido por una dictadura: las familias. Con la lógica de la organización familiar, creó los “comanditos” y logró reunir a más de 270.000 voluntarios, con la meta de alcanzar 600.000 personas distribuidas en 60.000 grupos. El objetivo se logró, pero la democracia en Venezuela se la volvieron a robar, por ahora.
Lo que si demostró María Corina y sus comanditos, es la importancia de la familia en la protección de la democracia. ¿Qué tal si empezamos a fortalecer las familias colombianas como defensoras de la libertad?
Colombia es un país de familias: 80,7% de los hogares en Colombia son familiares, conformados por personas unidas por lazos de parentesco. Estados Unidos por ejemplo es sólo el 66%. Nuestros hogares colombianos están conformados en promedio por más de 3 personas. Es decir, no somos una sociedad de individuos sueltos, somos una nación de vínculos. Las familias son el núcleo democrático de cualquier sociedad y es la primera experiencia comunitaria de la gran mayoría de los colombianos. En nuestro país, es además donde los padres o en su mayoría madres, “sacamos los hijos adelante”. Y es que ese concepto de “sacar adelante” a alguien es tan propio de nuestra cultura resiliente, emprendedora, cuidadora, orientada al desarrollo. O ¿qué me dicen de “dar educación” para que los hijos tengan mejores oportunidades que los padres? ¿No es esa la definición práctica de regalar libertad?.
Democracia, desarrollo, cuidado y libertad, entonces, son conceptos que nacen en las familias colombianas, en su cotidianeidad, en sus luchas diarias contra la pobreza, la falta de oportunidades, la inseguridad y la inequidad. ¿Cómo no aprovechar un punto de encuentro, un lenguaje común en medio de una política polarizada y degradada, como lo son los valores familiares colombianos?. ¿Cómo no convertirnos en esas madres y padres colombianos y sacar este país adelante, como lo hacemos todos con los hijos, independiente de nuestra posición política, social y/o económica?
En contextos donde las instituciones fallan, la familia ha sido históricamente el último bastión de resistencia. Es allí donde se transmiten los valores que blindan una sociedad contra el autoritarismo: el respeto a la diferencia, la noción de justicia, la conciencia del otro, la práctica del diálogo. Y es que la democracia no es estar de acuerdo en todo, es entender que hay un valor superior que nos hace libres. Podemos empezar por ahí, podemos recuperar el diálogo familiar alrededor de un valor, como el respeto; podemos seguir con un interés común, como el cuidado; y, un sueño común, como el desarrollo individual y colectivo en condiciones de seguridad física.
Volvamos relevante de nuevo lo familiar, recuperemos la narrativa que nos es cercana y dejemos de pelear por conceptos tan abstractos y cooptados por populistas como por ejemplo la paz, la justicia social, el progresismo, el ambientalismo, el capitalismo. Conceptos hermosos pero secuestrados por una política enferma. Y es que la democracia no se sostiene con instituciones lejanas, sino con ciudadanos que entienden y practican la libertad, la responsabilidad y la ética pública desde lo cotidiano. Y la primera escuela de ciudadanía es la familia. “El hogar es el lugar donde se forman los ciudadanos libres”, dice Martha Nussbaum, filosofa brillante de nuestra época.
La palabra democracia proviene del griego antiguo: dēmos significa pueblo y krátos, poder. Es decir, el poder del pueblo. Pero en Colombia, ese “pueblo” parece haber sido secuestrado por quienes lo invocan para imponer, dividir o destruir.
Por eso hoy propongo otra palabra: famicracia. El poder de las familias. Y es en esos vínculos donde todavía sobrevive la ética, el afecto y la fuerza moral que necesita la democracia para sostenerse.
En Colombia, ocho de cada diez personas viven en un hogar familiar. Es muy probable que usted sea una de ellas. Y si es así, tiene una posibilidad real, íntima y poderosa de convertir su núcleo en algo transformador: un comandito por la libertad. Piénselo.