En estos días de asueto, andaba uno de romería por Sevilla cuando se dio de bruces casi sin querer con una exposición colosal sobre la gesta de Magallanes y Elcano en el Archivo General de Indias, donde se atesoran los millones de documentos que recogen y dan fe de los pormenores del Descubrimiento y Conquista de América.
La muestra comienza recreando el sueño que impuso la organización de la llamada Armada del Maluco, pues ese era el objetivo: alcanzar las islas de las especias por otra ruta más rápida que la portuguesa, la que costeaba África e India. A través de las crónicas de Bartolomé de las Casas se recrea la presentación del explorador portugués Fernando de Magallanes en la Corte Castellana de Valladolid, en busca de apoyo y financiación de su expedición, así como las claves y los protagonistas de este momento en el que el viaje deja de ser una idea, un sueño, y comienza a convertirse en proyecto bajo la tutela de España y a espaldas de Portugal, que había rechazado la propuesta de Magallanes, quien pasa dos años en Sevilla enfrascado en los preparativos del viaje y en Sanlúcar de Barrameda, donde se termina de aprovisionar la escuadra. Así se va conformando la también llamada Armada de la Especiería, con cinco naos (Santiago, Victoria, Concepción, Trinidad y San Antonio) y con sus tripulaciones llegadas de toda Europa: 166 españoles, 26 italianos, 24 portugueses, 16 franceses, 7 griegos, 5 holandeses, 3 alemanes, 1 irlandés, 1 inglés y un indígena de Malaca.
Doscientos treinta y nueve hombres y cinco naos partieron de Sevilla el 20 de septiembre de 1519 en busca de una ruta por el oeste hacia la Especiería. Tres años después, regresaron dieciocho hombres y una nao, lo que da idea de la magnitud de la hazaña, después de haber dado la vuelta al mundo por primera vez en la historia.
Además del trasfondo político, la exposición demuestra el arrojo y valentía de todos estos hombres, unos locos que hoy se embarcarían rumbo a Marte, y las penalidades que pasaron todos ellos, tanto en mar como en tierra firme, acosados por el hambre, la sed, el escorbuto, un motín sofocado en la Patagonia o los caníbales.
Para empezar, la mayor parte de la dotación carecía de espacio privado alguno y dormía donde podía. Solo los mandos principales, el capitán, el jefe superior de la navegación, el maestre, que venía a ser el capitán de mar, y el piloto, que determinaba la posición del barco, el rumbo a seguir, y la utilización de las velas, disponían de alojamientos privados.
La dieta estaba basada en alimentos secos o desecados, como legumbres y arroces y salazones, o de larga duración como ajos, pan recocido (galleta), y aceite. La ración se repartía una vez al día a la marinería dividida en ranchos, cada uno de los cuales se cocinaba su propia comida. Más que agua, siempre que podían, bebían vino, por ser mucho más seguro que aquella cuando lleva tiempo almacenada. El mayor problema al que se enfrentaban era la falta de vitaminas cuando en las navegaciones más largas carecían de alimentos frescos. Las penurias eran tales que llegaron a comerse el serrín y el cuero que recubrían los mástiles reblandecidos con agua durante días para engañar al hambre. Y como consta, se pagaban fortunas por una rata como alimento.
Tras atravesar el paso que lleva su nombre, el Estrecho de Magallanes (ese que los británicos llaman Drake’s Passage por no reconocer las gestas españolas) y morir en la isla de Cebú, en Filipinas, fue Elcano el encargado de regresar por la ruta portuguesa a España, comiendo sólo arroz y bebiendo agua durante cinco meses. “No tocamos tierra alguna por miedo al rey de Portugal, que tenía ordenado en todos sus dominios tomar esta armada”, como relató Elcano al Emperador.
No me digan que la historia no da para varias películas o series de éxito. Por si no llegan, aquí están invitados en la maravillosa Sevilla este 2020 .