Asunción viene de asumir, que es tomar para sí, hacerse cargo, responsabilizarse de algo. Por ejemplo, compro una camisa, y la tomo para mí. Me confían un niño, y me responsabilizo de él. Cuando asumo un cargo, me responsabilizo de cuanto hago en su desempeño.
En todo contrato hay una asunción, que suele ser bilateral, y más si miro lo que significa contrato, que es pacto o convenio, oral o escrito, entre partes que se obligan sobre materia o cosa determinada, y a cuyo cumplimiento pueden ser compelidas.
Asunción califica de modo especial uno de los misterios gloriosos del rosario, que enunciamos así: el dichosísimo tránsito de María Santísima en cuerpo y alma de esta vida mortal a la eterna. Dios tomó para sí a María, se hizo cargo de ella, se responsabilizó de ella en cuerpo y alma para siempre.
Cuando oro, me responsabilizo de Dios, pues por raro que parezca, al orar estoy asumiendo a Dios, lo estoy tomando para mí. Y también puede acontecer a la inversa, al orar, me entrego a Dios, y él me asume, me toma para sí.
San Juan de la Cruz tiene unos versos sobrecogedores, como todos los suyos. “¿Por qué, pues has llagado / aqueste corazón, no le sanaste? Y, pues me le has robado, / ¿por qué así le dejaste, / y no tomas el robo que robaste?” Versos que el mismo poeta comenta así: “Como si le dijera: ¿por qué, pues le has herido hasta llagarle, no le sanas, acabándole de matar de amor? Pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor, sé tú la causa de la salud en muerte de amor”.
Cuando oro, tomo estos versos del poeta místico con este comentario y los repito sin descanso, sintiendo que es el modo perfecto de vivir el misterio de la Asunción: Dios tomándome para sí en la totalidad de mi ser, cuerpo y alma, ya desde esta tierra.
En María, la Madre de Dios y de los hombres, la Asunción es la muestra de lo que todo ser humano está llamado a ser, Dios por participación. Como si el Padre le dijera a María: Esto que hago contigo, lo haré con todos tus hijos, que son míos también.
El acontecimiento de la Asunción pertenece a la vida cotidiana. De ahí que todo hombre hace bien en tratar cuerpo y alma con tal reverencia, que anticipe en la tierra, lo que Dios lleva a plenitud en el cielo: el dichosísimo tránsito, en cuerpo y alma, de esta vida mortal a la eterna.