Meter tanquetas, sobrevolar con helicópteros y dejar que se instalara allí el régimen de los paramilitares y luego el de las bandas criminales no le llevó ninguna paz a la Comuna 13. El Estado se impuso a sangre y fuego, sacó a las milicias, pero no les legó a los habitantes de ese rincón de Medellín la imagen de una institucionalidad legítima, eficaz. Siguió cogobernando el hampa. Por eso rebrota la violencia. Las necesidades básicas insatisfechas continúan. La esquina, con sus vicios y ofertas, sigue siendo la escuela de miles de niños y jóvenes. Esta ciudad no puede cantar victoria sobre una criminalidad que la pone patas arriba cada que quiere.
Los avances de Medellín en materia de seguridad son ciertos, pero pequeños, insuficientes. Lo saben...