Querido Gabriel,
Ernesto había regresado a Buenos Aires para dedicarse a la escritura, después de abandonar la ciencia y su trabajo en el Instituto Curie. Había publicado algunos textos y el reconocimiento comenzaba a llegar. Una tarde iba en un tren cuando vio a su antiguo profesor de literatura del colegio y se puso a observarlo. Aquel filólogo excepcional llevaba un traje gastado y unos zapatos viejos. Se veía cansado mientras cargaba un portafolio desbordado de trabajos para revisar. Por un momento, Sábato sintió compasión y se preguntó qué hacía tremendo intelectual enseñando en un colegio. Se le acercó y lo saludó, “soy Sábato, uno de sus estudiantes”. El profesor lo miró con sorpresa mientras lo reconocía. Él le preguntó: “¿Aún trabaja en el colegio, después de tantos años?” “Vale la pena, tal vez uno de ellos llegue a ser escritor algún día”, respondió sonriéndole y acariciando sus papeles.
Tres historias que son una sola me impulsan a escribirte esta semana. En el Claustro conversamos con Gerardo y unos jóvenes de la Casa Morada, en San Javier. Allá se encuentran, hacen arte, siembran, usan computadores, son ellos mismos y sanan las heridas que les produce una ciudad que muchas veces no logra comprenderlos. “¡Sin el cartón no será nadie!”, le dijo un profesor a alguno. Esto lo convenció de desertar del colegio “porque un cartón no puede definir a una persona”. “Sentirse rechazados baja la moral”, nos dijo una joven. Todos, sin embargo, tienen esperanza. “Yo quiero ser escritor, veterinario, abogado, político y periodista”, afirma el primero con una mirada de poeta. Los demás asienten, cómplices. Comparten dolor, miedo e historias de rechazo, y también nos cuentan sus sueños y proyectos. Quieren oportunidades, las reclaman en medio de una silenciosa algarabía.
En el MAMM, unos días después, en el lanzamiento de Holberton, nuestra nueva escuela de código y desarrollo de software para la ciudad, 50 jóvenes escogidos entre más de mil que se presentaron están dispuestos a estudiar lo que sea necesario para atrapar el futuro. Son apasionados por la tecnología y conforman una comunidad que será la semilla de nuestra nueva economía, gracias a esta escuela que pretende prepararlos para el cambio tecnológico y social desde una perspectiva integral y humanista. Al final habló Andrea Jaramillo, una joven mujer ¿o una fuerza de la naturaleza?, líder del proyecto. Sus temas fueron los derechos, la inclusión, el liderazgo femenino y las infinitas posibilidades que tenemos. “Una líder para observar y apoyar”, anoté en mi cuaderno aquella noche.
Poco después, y lo más sorprendente es que todo esto ocurrió en menos de diez días, se graduaron “los 2020”, esos líderes jóvenes que algunas instituciones hemos apoyado para que emprendan un camino de servicio y creación de valor social. Idealistas, diversos, alegres y confiados en el futuro, presentaron esta semana en Eafit unos proyectos increíbles. Quieren servir y asumen sus responsabilidades. “Los sueños se cumplen con un largo trabajo cargado de amor y disciplina”, dijo Sebastián, cuando recibió su reconocimiento al mejor proyecto.
Tres historias, una historia: jóvenes que persisten, lideran, luchan y confían. ¿Hablamos sobre ellos y con ellos en nuestra tertulia? Como el profesor de Sábato, podemos tener la esperanza de que con uno solo ¡y serán muchos! que encienda su luz y eleve su voz, todo habrá valido la pena.
* Director de Comfama