No hay nada nuevo en la impopularidad de un partido político. Menos de uno en Latinoamérica, donde las colectividades parecen hostales de paso para los caudillismos populistas y rabiosos. Nacen de afán, sus líneas programáticas son maleables y sus entierros solitarios. En estas tierras los candidatos hacen los partidos y no viceversa.
Brasil parecía transitar por otro sendero. Su flamante Partido de los Trabajadores, concebido en las entrañas mismas del movimiento obrero antidictadura de los años setenta, se bautizó en los últimos años como soporte de la revolución social y económica de ese país, de la mano de Lula da Silva primero y de Dilma Rousseff después. Omnipresente, superpoderoso y fresco, el PT parecía la revolución de un verdadero socialismo...