Por david e. santos gómez
Hace ocho días, en este mismo espacio, hablábamos de las posibilidades de una candidatura presidencial de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina. De la insistencia de sus seguidores para que se lanzara contra Mauricio Macri en octubre y del pavor que crece entre aquellos que la consideran un retroceso político. Pues bueno, ante todo pronóstico, el pasado sábado Cristina dio un mazazo de opinión al anunciar su candidatura... a vicepresidenta.
Muy temprano en la mañana publicó en su cuenta de twitter un video en el que contaba de qué forma Argentina necesitaba más unidad que caudillos y más propuestas que nombres, por lo que había decidido ser la fórmula vicepresidencial de Alberto Fernández, antiguo jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Alberto y Cristina como dueto: Fernández y Fernández.
Nadie lo vio venir. Ni analistas, ni gobierno, ni oposición. Ni siquiera el peronismo que aseguraba que la candidata era ella. Nadie esperaba que una mujer a la que se le critica por su ego y su soberbia dijera que las riendas del proyecto las debía llevar otro. Otro, además, que fue en el pasado crítico feroz de su gobierno.
Alberto Fernández sale de las entrañas del primer kirchnerismo, pero es lejano de la presidencia de Cristina, con la que peleó. Es visto como un moderado de izquierda y como un hombre que puede sumar a un electorado que se rehúsa a votarla a ella, pero que está dispuesto a buscar alternativas. Un hombre de consensos que se hará fuerte con el respaldo en las urnas que ofrece la expresidenta, mientras ella guarda prudente distancia.
Es obvio que distancia no significa que Cristina juegue un papel secundario. Incluso, lo difícil será balancear una boleta en la que la candidata a vice opaca al que pretende ser presidente. Eso se sopesará después. Por ahora, la fórmula emociona a la oposición.
En la otra esquina Macri está preocupado. Algunos le recomiendan retirarse para que el oficialismo busque otro nombre. Él se rehúsa y repite que “Argentina no quiere volver atrás”.
La calle, sin embargo, late a otro ritmo. Quizá la gente no quiera el pasado, pero es evidente que odia el presente y, con nostalgia, se pregunta si no estaba mejor hace un par de años. Un razonamiento inevitable y suficiente para que Fernández y Fernández triunfen, más aún si Cristina dirige la obra tras bambalinas.