“Murió en su casa, probablemente de una enfermedad, sentada en la silla de la cocina. Sola. Y ahí quedó. Por más de dos años”. “Era una mujer de setenta años que no tenía familia ni parientes”. Estas son las primeras frases de una noticia aparentemente anodina que estremeció a los italianos y a miles de lectores del resto del mundo esta semana. Fue publicada por Corriere della Sera, el diario de mayor circulación de Italia.
La mujer se llamaba Marinella Beretta. Según el periódico, ella había vendido su casa particular, situada en un suburbio de Como, una pequeña ciudad de la región de Lombardía, en el norte del país, conservando el usufructo de por vida.
El nuevo propietario, un suizo, acudió a la policía tras ser alertado por los vecinos del barrio sobre el peligro de que varios árboles del jardín podrían derrumbarse sobre la casa, con los fuertes vientos que han soplado en Lombardía durante los últimos días. Y así se produjo el descubrimiento.
“Cuando la policía y los bomberos entraron a la casa —con previa autorización de un fiscal— encontraron el cuerpo momificado de Marinella, todavía sentado en su silla. El cuerpo fue examinado y se realizaron las diligencias legales necesarias, pero los investigadores parecen convencidos de que la mujer murió por causas naturales, sin siquiera poder levantarse para pedir auxilio”, informó el Corriere della Sera.
El periódico concluyó que, aunque las investigaciones de la policía todavía están en curso, la hipótesis principal es que se trata de “una tragedia de soledad, descubierta casi por casualidad”.
“Los vecinos confirmaron que no la habían visto en años, pero estaban convencidos de que se había mudado”, añadió el diario. “Con la pandemia, entre otras cosas, todos los contactos se han vuelto difíciles. Parece que nadie había oído hablar de la mujer desde al menos el mes de septiembre de 2019: por lo tanto, la muerte podría remontarse a esa época”.
El ciudadano suizo, dueño de la casa, también explicó que hacía tiempo que no podía comunicarse con Marinella, quien le había vendido el inmueble y quien, según lo pactado en la escritura, tenía derecho a seguir viviendo allí hasta su muerte. “El cuerpo de la mujer de setenta años se encuentra ahora en el hospital a la espera de las decisiones del poder judicial”.
Me conmovieron las palabras del alcalde de Como, Mario Landriscina, invitando a los habitantes de la ciudad a los funerales de Marinella: “Es una historia dolorosa que merece una gran consideración y reflexión. Me dejó mucha amargura... Ahora tenemos que estar cerca de ella, al menos cuando se vaya de esta tierra en la que, evidentemente, ha vivido en soledad. Seamos ahora su familia”.
La ministra italiana para la Familia, Elena Bonetti, dijo: “Lo que le pasó a Marinella Beretta en Como, la soledad, el olvido, hiere nuestras conciencias. Una comunidad que quiere estar unida tiene el deber de recordar la vida. Debemos dejar de limitar nuestros horizontes a la esfera privada y volver a tender los lazos que nos unen. Nadie debe quedarse solo”.
Marinella Beretta era la “encarnación de la soledad”, escribió un columnist del Corriere della Sera. “Muchos tenemos aún recuerdos de las familias numerosas de la Italia rural. Ahora, la familia moderna se ha reducido. La gente muere sola. Y nosotros vivimos solos, lo que es casi peor”.
El comentario más lúcido que leí fue el de un articulista del diario romano Il Messaggero, que dijo: “La misteriosa vida invisible de Marinella, detrás del portón cerrado de su casa, nos deja una lección terrible. La gran tristeza no es que no se dieran cuenta de su muerte. Es que no se dieron cuenta de que estaba viva”