Por david e. santos gómez
En marzo la Organización de Estados Americanos tendrá que decidir el nombre de su nuevo secretario general. Luis Almagro, el uruguayo que lidera la entidad desde 2015 busca ser reelecto. Estados Unidos lo apoya y con ello países como el nuestro, faldero irremediable de Washington, direccionará su voto de la misma forma. No habrá, parece, mayor novedad. La OEA seguirá siendo un grupo gritón pero inútil.
Almagro, que venía de ser funcionario del gobierno de José “Pepe” Mujica -modelo de los progresistas- ha inflamado al organismo con respuestas altisonantes y salidas en falso que no lograron mitigar las catástrofes sociales de Nicaragua o de Venezuela y que, por el contrario, complicaron cualquier tipo de salida a estos autoritarismos.
Su última actuación en Bolivia a finales de octubre pasado fue tan patética como preocupante. Desde hace más de dos años se sabía del comportamiento de Evo Morales, sordo a los pedidos del pueblo y ansioso por acumular poder, y al mismo tiempo se escuchaban los anuncios de una oposición de ultraderecha, radical y religiosa que pronosticaba un choque violento. La OEA guardó silencio y esperó el estallido para luego tomar posturas y profundizar la división.
El daño ocasionado por Almagro a la OEA es alarmante. En momentos en los que el socialismo del siglo XXI atraviesa su final, fue incapaz de brindar un espacio de verdadero diálogo que diera salida a las posturas en conflicto y abriera puertas de reconciliación, y se limitó, aún más, a seguir mandatos de la Casa Blanca.
La ecuatoriana María Fernanda Espinosa, primera mujer que busca hacerse con la silla principal de la OEA en toda su historia, podría ser la ficha que logre vencer a Almagro. Su apuesta, según ha dicho a lo largo de su candidatura, es disminuir el papel de “fiscal” del organismo para acercar las partes que llegan a la institución multilateral en medio de crisis.
Es una postura políticamente correcta. Alineada con los principios que dieron nacimiento a la OEA en Bogotá hace ya más de setenta años. El problema es que los buenos propósitos se enfrentan a la realidad política. A la de los votos. Y ese camino pavimentado con el lobby de Washington conduce a la reelección del que lo ha hecho mal. Ojalá me equivoque.