Kant establece en Sobre la paz perpetua que la hospitalidad no es filantropía, sino “el derecho del extranjero a no ser tratado con enemistad a su llegada a territorio foráneo”. Afirmó que la hospitalidad no depende de la generosidad que los miembros de un país puedan mostrar por los extranjeros en situación de necesidad, no se otorga por caridad, pues es un derecho humano, es decir, un derecho de los hombres por su pertenencia a la humanidad, con independencia de su lugar de nacimiento.
Esta idea define las características de la posición del cosmopolitismo que juega hoy un papel fundamental en la defensa de los derechos humanos contra posiciones estatistas basadas en la prioridad de los intereses de los ciudadanos de cada Estado. El cosmopolitismo marcó un curso de acción en el desarrollo de la política estatal interna y de la política entre los Estados, que ha sido denominada revolución liberal, la cual se inició en la Revolución Francesa de 1789, continuó en la descolonización del mundo después de 1945, en las luchas por la igualdad racial, y en las disputas por los derechos igualitarios de homosexuales y lesbianas.
En el núcleo del cosmopolitismo está la tesis que afirma que los seres humanos están sujetos a las mismas leyes morales. Pero el impulso cosmopolita que surgió en 1789 y que después de 1945 se concretó en instituciones supranacionales como Onu, Acnur, Corte Penal Internacional, Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre otras, ha encontrado en las últimas décadas una fuerte reacción por parte de los Estados soberanos. Las causas de este retroceso son muchas: las consecuencias negativas de la última globalización que ha enriquecido a unos pocos y empobrecido a muchos en África y Latinoamérica, las guerras en Siria e Irak, los fracasos del populismo de izquierda en Venezuela, Argentina y Nicaragua, la emigración de millones que huyen del hambre y las guerras hacia Europa, Estados Unidos y Sudamérica. Esto ha hecho posible el ascenso de líderes de ultraderecha que mediante discursos populistas rechazan a los inmigrantes.
Rusia, Estados Unidos, Polonia, Hungría, Venezuela, entre otros, desconocen obligaciones universales como la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, o las convenciones de los derechos humanos. Afirman la soberanía de sus Estados y rechazan la aceptación de refugiados y migrantes en sus territorios. Niegan la idea del cosmopolitismo según la cual la hospitalidad es un derecho humano. Y afirman que la seguridad de los ciudadanos de un Estado exige la defensa de la soberanía y su prioridad sobre otros valores.
Aquí tenemos dos pretensiones: según el cosmopolitismo, las demandas de justicia derivan de un deber de equidad que nosotros le debemos en principio a todos los seres humanos. Según el estatismo, la justicia política está basada en las obligaciones que tienen los ciudadanos que pertenecen a un Estado, y estas obligaciones de justicia no se extienden a ciudadanos de otras latitudes. El estatismo se ha vuelto atractivo también en Colombia, pero es injustificable el rechazo xenofóbico.