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La sombra de las Águilas Negras

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

Diferentes actores civiles del país, en una inquietud comprensible, formularon la pregunta los últimos días a diferentes funcionarios del mayor nivel del gobierno, a propósito de la matanza de líderes y de las amenazas contra activistas políticos y sociales: ¿quiénes son, quiénes integran, la organización ilegal que se hace llamar hace más de dos décadas “Águilas Negras” y que reparte panfletos con sentencias de muerte a lo largo y ancho de Colombia?

“Fuerzas oscuras”, “una mezcla perversa de narcotráfico, terratenientes y políticos corruptos”, “exmiembros de las Fuerzas Armadas, o activos, que sirven de mercenarios clandestinos a quienes quieren sacar de carrera a figuras incómodas”, “neoparamilitares”, “guerrilleros conversos”. ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores?

El primer asunto es que sorprende y ofende el sentido común ciudadano el hecho de que, a la fecha, las autoridades, su inteligencia judicial y su aparato militar-policial no tengan idea de quiénes lideran, integran, patrocinan y cooperan con un grupo que tiene garras en tantos departamentos.

Del paramilitarismo de ayer y de hoy, instrumentalizado para apoyar la lucha contrainsurgente, el despojo de tierras y penetrado hasta los huesos por el narcotráfico, ha habido jefes visibles: los Castaño, Mancuso, Don Berna, Vanoy, Macaco, HH, Jorge 40, Arroyave, Martín Llanos, Cuchillo, y ahora Otoniel y un largo etcétera. ¿Pero quiénes son los “comandos” de las Águilas Negras? ¿Cuáles son su historia, recorrido, creadores, territorios y hombres-arma?

El Estado no tiene respuestas y la razón es sencilla: se trata de fuerzas, comandos, de exterminio “de indeseables” del nivel local y regional que conforman, a necesidad y transitoriamente, gamonales, jefes políticos “fascistoides”, terratenientes, algunos integrantes del Ejército y la Policía con espíritu de justicieros, narcos prominentes y aceptados y algunos comerciantes amigos de la limpieza social.

Por eso no hay cabezas, no hay detenidos y esa “chapa” les funciona, tan bien, a quienes sí son enemigos de la democracia: de la diversidad política, cultural y religiosa. Personajes convertidos en ángeles exterminadores “de la maldad”, cuando de malos ellos tienen la condición de homicidas intelectuales o materiales.

Sería bueno que de no ser así, entonces el Estado y el Gobierno Nacional den explicaciones y muestren resultados contra estos pájaros que vuelan a sus anchas en la larga noche de ejecuciones extrajudiciales de Colombia.

A estas alturas de la historia nacional y sus conflictos, no estamos para eufemismos y entelequias que fomentan la impunidad y la existencia de pistoleros tan medrosos.

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