Por alberto velásquez m.
Colombia no solo está llena de contradicciones sino de contrastes. Abundan las paradojas y los desequilibrios, las inequidades. Cubierta por una fanfarria que hace parte ya no de dos, sino de las varias Colombias que existen en su sociedad.
Está la Colombia politiquera que se arruma en el Congreso y en algunas cortes de justicia. En estos vegetan las trashumancias, las marrullas, el clientelismo. Anidan los carruseles de los nombramientos y los carteles. Los verbos dar y recibir coimas se conservan al orden del día. El que se salga de ellos va derechito al ostracismo burocrático. Apellidos como los barreras, benedettis, petros, cepedas, surten la fauna de la politiquería. Y también la de los ricaurtes, malos y bustos, aparecen como socios mayoritarios en el cartel de la toga, retorciéndole el pescuezo a la justicia para lucrarse de dineros sucios a cambio de alterar fallos que deshonran las cortes.
Está la otra Colombia, la que construye país. La Colombia silenciosa –¿que compensa o contrarresta la libertina?– que lucha desde la academia, desde la Universidad, para mostrar una cara honrada y empinarse sobre la corrupción y la mediocridad. Con las uñas arañan recursos para financiar el acceso y la aplicación del conocimiento en favor de la comunidad nacional. Ejercen un apostolado en la investigación, en la experimentación, en el logro de asimilar y expandir la ciencia y la tecnología.
Y esta Colombia es la que hemos sentido con mayor vigor en la emergencia causada por la pandemia. La Colombia oportuna y eficaz comprobada con el protagonismo del presidente Duque y su ministro de Salud, y en la calidad humana y profesional de la cadena de salubristas en esta crisis de contagios. Los funcionarios del Estado buscando dineros para importar vacunas y equipos para atender las emergencias. Aquellos aplicándolas con abnegación, sin descanso. Todos remando en una misma dirección, ejercen una misión ejemplar. Médicos, paramédicos, enfermeras en clínicas y hospitales de grandes ciudades, poblaciones intermedias y pequeñas, atendiendo a agonizantes y exponiendo sus vidas al contagio y a la muerte.
El empeño para aplicar la vacuna contra el coronavirus a los de la edad otoñal, ha sido irreprochable. Adornan los procedimientos con una sonrisa, con un orden, con una paciencia franciscana, con comentarios agradables, con un mensaje de seguridad y confianza. Viéndolos en ese apostolado, laborando con pasión y convicción, compara el paciente y el ciudadano la variedad de las Colombias que nos rodean: una, la de los burócratas, de los parásitos politiqueros que vegetan y viven aferrados a las argucias, y la Colombia de la abnegación y eficacia de los profesionales, hoy en especial los de la salud.
Ojalá, sí, esa abnegación no se malogre para poder enfrentar la tercera ola que se nos vino encima, la que podría agravarse si persiste la irresponsabilidad ciudadana de violar las medidas de autocuidado, de seguridad. La relajación conduciría a repetir las restricciones conocidas, de amargas consecuencias para la salud mental del hombre colombiano como dolorosas para la economía nacional