“Cien años de soledad” describe un duelo de honor. José Arcadio Buendía mata a Prudencio Aguilar atravesándole la garganta con una lanza por algo que dijo Prudencio contra él en una pelea de gallos.
Una noche en que Úrsula, la esposa de José Arcadio, no podía dormir, pues a ambos “les quedó un malestar en la conciencia”, salió al patio a tomar agua y vio a Prudencio lívido, muy triste. Regresó llena de lástima a contarle al esposo lo que había visto, quien se limitó a decir: “Los muertos no salen. Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia”.
Debido a su importancia, el Vaticano II trató la conciencia de modo especial. En “La Iglesia en el mundo moderno” leemos: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y evitar el mal: haz esto, evita aquello”.
La conciencia es la intimidad, el alma, el corazón, el núcleo recóndito, el sagrario del hombre, donde éste dialoga a solas con Dios. Orar, cultivar la relación de amor con Dios, hace sensible al orante para escuchar la voz de la conciencia, en que Dios le habla sin ruido de palabras.
El libro de la Sabiduría habla con elocuencia admirable de la conciencia. “¿Quién puede conocer la voluntad de Dios, si tú no le das la sabiduría y le envías tu Espíritu Santo desde el cielo? [...] Los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría” (9,17.18). Si orar es cultivar la relación de amor con Dios, el que ora cultiva de modo sorprendente la conciencia.
En el Cántico espiritual, S. Juan de la Cruz dice que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo “esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma”, y quien lo quiera hallar, debe “entrarse en sumo recogimiento dentro de sí mismo, siéndole todas las cosas como si no fuesen”.
Yo me transfiguro en lo que pienso y siento durante todo el día. Si como orante pienso en Dios y lo siento en mí, Dios moldea con excelentes resultados mi conciencia, mi santuario, mi intimidad llenándome de luz y fortaleza para saber quién soy y cómo debo actuar.
El hombre del siglo XXI alcanzará su realización cultivando su relación de amor con el Creador en su intimidad, que es su conciencia.