Algunos temas rondan en mi cabeza desde que conocí la propuesta del magistrado Alejandro Linares de despenalizar el aborto en Colombia en las primeras 16 semanas en cualquiera de los casos, pues sin duda esta es una mala noticia para la democracia de un país que apoya mayoritariamente la vida del no nacido.
Lo primero que me viene en mente es ver cómo desde el año 2006, cuando se despenalizó el aborto en este país en los tres casos que ya conocemos, la gravedad de esta práctica se ha ido debilitando en las conciencias de tantos colombianos, hasta el punto de permitir que por vías legales se mate al pequeño JuanSe, asesinado en el vientre de su madre con casi ocho meses de gestación, mientras que su padre suplicó tanto a su expareja como a Profamilia que respetaran la vida de su hijo, pues él estaba dispuesto a cuidarlo con el amor y la responsabilidad que cualquier progenitor debe tener. Por supuesto que este tema merece un artículo aparte.
Lo segundo que me lleva a pensar la propuesta del magistrado Linares es cómo la terminología ambigua de interrupción voluntaria del embarazo, (¡no se interrumpe! ¡se termina violentamente!) y las siglas IVE, siguen adormeciendo las conciencias y maquillando la gravedad de esta práctica. Un aborto, aunque le quieran poner un nombre elegante, acaba con la vida de un pequeño ser, quien desde estadios muy tempranos ya tiene su código genético establecido y cuyo cuerpecito se va formando rápidamente. Un ser que nada en el líquido amniótico, que percibe el ruido del exterior, que patea y que busca defenderse de cualquier ataque y huir del peligro. Por algo en Planned Parenthood no permiten que las madres vean la ecografía del aborto, para que no sean testigos de cómo su hijito buscó huir de la aspiradora que lo destroza en pedacitos o para que no vean cómo su hijo siente el quemazón de la solución salina que acaba con su vida.
Pienso también en cómo el aborto permite una nueva cultura de machismo. ¡Cuántas jovencitas acuden a clínicas de abortos presionadas por sus parejas, o abandonadas por ellos! ¡Cuántas son llevadas por sus mismos padres para ellos evitar cargar la vergüenza de que su hija sea madre soltera! ¡Cuántas veces son engañadas por profesionales de la salud, quienes les dicen que no pasará nada, que esto no dejará secuelas ni físicas ni psicológicas!
También me duele ver un creciente desprecio a la maternidad, donde es motivo de burlas la mujer que, aunque en medio de condiciones difíciles, lleva a feliz término su embarazo. Esas sí son mujeres valientes a veces tristemente vistas como tontas, retrógradas o como personas destinadas al fracaso por acoger la mayor bendición y alegría que puede ser la de dar la vida.
No nos comamos el cuento de que el aborto libre hará más civilizada nuestra sociedad ni que nuestras mujeres serán tratadas con mayor equidad. Vidas perdidas, conciencias adormecidas, corazones destrozados, abusos, manipulaciones y engaños perpetrados son algunas de las consecuencias de una ideología galopante que ataca la raíz de algo tan sagrado como la vida en el vientre materno.