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Adriana Correa Velásquez
Columnista

Adriana Correa Velásquez

Publicado

Las malmiradas

Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com

“Y además un hecho: se trata de una chica que nunca se miró desnuda porque tenía vergüenza. ¿Vergüenza por pudor o por ser fea?” Así se ve frente al espejo Macabea, la protagonista de la novela La hora de la estrella, de la brasileña Clarice Lispector. Macabea se mira y se ve fea. Tal como se miran y se ven entre el 69 y 84% de las mujeres cuando se observan a lo largo de la vida. Esto les pasa desde los 25 hasta los 89 años. Sentir insatisfacción frente al cuerpo que se tiene. También ellas han señalado que prefieren una silueta distinta. Esto lo han hecho a través de una medición que se ha vuelto popular para estudiar nuestra relación con el cuerpo en la que nos piden señalar entre varias figuras femeninas cuál se parece a la nuestra y cuál desearíamos tener. La respuesta, a lo largo de décadas, es que deseamos otro cuerpo, casi siempre uno más delgado. Nunca el nuestro. Nunca el que nos devuelve el espejo.

Así lo recoge un estudio llevado a cabo en Estados Unidos y publicado en el Librería Nacional de Medicina (Dissatisfaction in Women Across the Lifespan: Results of the UNC-SELF and Gender and Body Image (GABI) Studies). Los datos fueron extraídos de dos investigaciones realizadas con 5.868 mujeres. La insatisfacción corporal es tan generalizada entre nosotras que la denominaron “descontento normativo”. Así, como si fuera una regla sentir tanta insatisfacción. Aunque otras publicaciones han dicho que, con los años, se nos va pasando este juicio hostil sobre nosotras mismas, este estudio en particular decía que no, que la cosa no cambiaba a lo largo de la vida.

Me miré en el espejo y pensé en lo que veía. Volví a mi juventud. Miré una foto a los 15 años. Vi a una chica hermosa, cuyas curvas empezaban a formarse. La piel lisa, el pelo abundante, oscuro y vital y recordé que ella, la de la foto, sentía antipatía cuando se miraba. Ella quería otra figura, una con el abdomen plano y las piernas más flacas. Volví a verme y a imaginar la fatiga de pasar seis décadas deseando otra forma. Desde los 18 hasta los 89, como decía el estudio que lo hacíamos las mujeres. Quise hablarle a la de la foto, susurrarle que no perdiera el tiempo, que las formas y tamaños de nuestros cuerpos cambiaban a lo largo de la vida por el envejecimiento, el parto, las fluctuaciones hormonales, los cambios en la dieta, el estado físico, el nivel de actividad o el estrés y que de su mirada – la benevolente o cruel- dependería su calidad de vida, su equilibrio o malestar psicológico y el riesgo de conductas alimentarias poco saludables. Me habría gustado decirle que justo así, tal cual, era perfecta.

Y volví a Macabea, la protagonista que se veía fea. A lo mejor era hermosa, tan bella como lo era Clarice Lispector en la vida real.

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